Pero aun así, de María Moreno


Leer autoras mujeres, leer Chile, leer en presentaciones públicas, leer a los muertos. María Moreno (Buenos Aires, 1947) ordena Pero aun así. Elogios y despedidas en cuatro apartados que la presentan, en tanto escritora, crítica, cronista y biógrafa, como una lectora fundamental.

Si hubiera que sintetizar a María Moreno, psicoanálisis, feminismo y crítica literaria son los tres ingredientes fuertes que componen el cóctel de su escritura. Por supuesto que también peronismo y periodismo, los géneros y los bares, y la autobiografía en contrapunto al testimonio generacional (desplegado como una política de los nombres, tan afín a la poesía chilena que lee) forman parte de sus asuntos principales. Pero aun así intensifica ese entramado, aunque esos temas no dejan de ser subsidiarios a las tres teorías que marcan su forma de leer y cuya mezcla específica consolida su sello de autora. Porque así como Moreno señala en Fogwill un modus operandi consistente en vilipendiar a terceros para expandir la circulación de una marca autoral en el circuito de la cultura, la operación de Moreno busca también (aunque sin el agravante del agravio gratuito) construir una estética personal entreverada en la lectura de los otros.

“¿Exagero? No: leo”, dice cuando escribe sobre la activista Lohana Berkins, a partir de cuya semblanza se atisban principios comunes: “Es que el nombre propio trans, como el nombre de guerra del militante clandestino, es una cifra más allá de su uso práctico; en cada uno de ellos está la voz de aura de un proyecto autobiográfico que descree del referente, un logo y una voluntad políticos”.

Quizá sea momento de confirmar que el nombre “María Moreno” bajo el que se reconoce la serie títulos, artículos y apariciones de una obra-vida (o una obra desabrida, que descree de e impugna la idea falocéntrica de la obra con mayúscula, que en su caso aparece condensada en la figura de la “novela poronga”) es menos un simple seudónimo adoptado por Cristina Forero hace tiempo que la propia pieza literaria en sí (o para sí).

La frase del título, “pero aun así”, se revela como la admisión de que, si bien se sabe que todo relato (biográfico y autobiográfico) es una ficción, no por ello se lo deja de leer o escribir como si fuera “la vida misma”. La expresión resuena, también, en la escritura obstaculizada por las rémoras del reciente ACV que sufrió, como cuenta la misma autora en la introducción. Un contexto de publicación y escena de faena que María Moreno resuelve de manera orgánica, proteica de sentidos, insistiendo en la convicción de que todo ejercicio de escritura necesariamente involucra y pone en juego letra, cuerpo e identidad.

Publicada en La Nación el 30 de diciembre de 2023.

Pero aún así
María Moreno
Random House
384 páginas


Devoto, de Javier Fernández Paupy


En una actualidad mediatizada que aparenta estar al tanto de todo lo que sucede en cada rincón del planeta, es probable que el genio de una crónica dependa menos de la elección de un objeto que de su correcta delimitación. Temas, personas, lugares, acontecimientos sobran y ya han sido abordados, potencialmente, todos. Las posibilidades de recorte, en cambio, son infinitas, y Javier Fernández Paupy maneja la trincheta del lenguaje con habilidad. “Cuando recibí el correo que confirmaba la suplencia me alegré. Necesitaba el dinero. Además, nunca había dado clases en un penal y me entusiasmaba la posibilidad de conocer Devoto por dentro”; así empieza Devoto, señalando una motivación principal del cronista, económica, y otra secundaria, que será en definitiva la que motorice el ojo intra muros, hasta donde se le permita llegar. Porque, así como la suplencia en el CUD delimita la experiencia en su duración, la institución, con sus normas específicas para los docentes de guardapolvo blanco, condiciona los espacios que el cronista podrá, o no, recorrer.

Una vez planteadas estas fronteras, Fernández Paupy recolecta postales visuales del edificio y fragmentos de discursos que intervienen los pasillos, objetos y personas: “alguien había escrito en fibra negra: REAL HASTA LA MUERTE”; “desde una de las ventanas enrejadas del penal, extendieron una bandera que decía: LA RESOCIALIZACIÓN NO EXISTE”; “en el brazo izquierdo, una luna y un sol. Adentro del sol decía YONI”. Así también, el cronista sintoniza y transcribe la lengua de quienes habitan el presidio (los presos, pero también guardias y funcionarios del departamento educativo). El lenguaje oral, cual llave maestra, permite al cronista y al lector ampliar el alcance de lo que pueden conocer de Devoto: con el relato de los internos nos llega el hálito de los pabellones, los distintos ranchos en que se organizan, el patio, los intercambios de mercadería de una ventana a otra, el comedor, las zonas de visita, los camiones de traslado a otras cárceles del país.

En la conversación con los presos, además de la jerga tumbera, aparece un saber específico relacionado a la burocracia penitenciaria y judicial: habeas corpus, carátulas de expedientes, la distinción entre estar procesado y condenado. La escuela, los internos coinciden, es una forma de “ser mejor persona”, pero forma parte, al mismo tiempo, de la estrategia para hacer buena conducta, sumar puntos y aliviar meses o años de reclusión. Y aunque Devoto pone de relieve la curiosidad antropológica (Fernández Paupy indaga en hábitos de consumo, historias de vida, usos y costumbres del penal), los protagonistas inquieren con la misma avidez al autor, acerca de la vida del otro lado de los muros (“Quizás, cualquier preso considere, en lo más profundo de su ser, que los que no están presos viven en otro planeta”). La literatura, objeto en sí de las clases, está presente en el intercambio del aula, pero difuminada; es menos un material de la crónica que un pivot sobre el cual rota y se dinamiza el discurso de los estudiantes: “leímos un relato muy breve sobre un gato y un ratón. Era una alegoría. Al final, el gato se comía al ratón. El tema, según Alejandro, era la desesperación de tener que conseguir una alternativa para algo imposible”. La exégesis de fábulas, cuentos y poemas por parte de los presos hace proliferar sentidos y expande, en el imaginario de la conversación, los sentidos de la experiencia carcelaria.

El final de Devoto, casi como coda, transpone el límite que se había impuesto. Fernández Paupy sigue en comunicación, por Facebook, con uno de los estudiantes. A pocos meses de obtener su libertad, Fabio le pide un par de zapatillas, plata o mercadería; el profesor accede solo a acompañar con la charla. Y entonces el contacto con Devoto se prolonga un tiempo más, con retazos de fotos, textos y audios que permiten ver y saber algo más de la vida en los pabellones hasta que, de repente, se corta.

Publicada en revista Ñ en diciembre de 2023

Devoto, de Javier Fernández Paupy

Mansalva

2023

Fanon, de John Edgar Wideman

Un profesor universitario recibe una caja en su domicilio: adentro, sabe o sospecha o imagina, está la cabeza de un hombre recién decapitado. Este es el inicio de Fanon, de John Edgar Wideman, biografía sui generis del pensador y activista homónimo a la que le importa menos narrar la vida y obra del autor de Los condenados de la tierra que actualizar las coordenadas del conflicto que bien supo caracterizar a mediados del siglo XX.

El ingreso implacable al relato tiene el doble filo de toda idea genial: por un lado, la fuerza de la imagen inaugural da envión a una prosa que fluye turbulenta, salteándose signos de puntuación y en una asociación arborizada de ideas, palabras y puntos de vista; por otro, durante casi trescientas páginas, Fanon no parece dar con un dínamo ulterior que sostenga el primer impulso. El poder semántico de la cabeza cortada, así como la tensión paranoica que produce en el narrador, son sustituidos rápidamente por una procesión virtualmente interminable en la que se intercalan autobiografía, pasajes una novela inconclusa y episodios desarticulados en la vida de Fanon.

Es claro que se trata de una operación consciente, una propuesta formal que el narrador toma prestado del habla de su madre, a la que considera democrática en tanto “cada detalle cuenta por igual, cada parte importa tanto como cualquier plan general. Tamaño y colocación no ponen de relieve algunos ítems en desmedro de otros. El sentido es igual al punto de vista”. Cabe preguntarse por la efectividad y conveniencia de una narración más “democrática”; Wideman no arriesga una definición al respecto y el libro queda a medio camino entre la experimentación formal y la novela de tesis.

La progenitora del narrador, finalmente, se revela como un nexo directo con Fanon, objeto de estudio y fascinación que, luego de décadas de escapársele de los dedos, logra ser abordado mediante la postulación de un origen común mítico-familiar. Y mientras que la madre provee el ritmo, el hermano del narrador, presidiario desde su juventud, aporta la ética del libro: la idea de que todas las personas somos células de un mismo organismo.

La invención de la raza como concepto para someter a otros pueblos, que Fanon difundió en su lucha por la independencia de Argelia, y que Fanon quiere redefinir en un contexto en que el enemigo de Occidente recibió el nombre de “terrorista” (el libro se publica por primera vez en 2008), sin duda merece ser objeto de nuevas reflexiones y ficciones en el contexto mundial actual. En ese sentido, el libro queda viejo (como hablándonos desde una época más ingenua) y al mismo tiempo su tema se vuelve dolorosamente presente.


Publicada en La Nación (4 de noviembre de 2023)


Fanon, de John Edgar Wideman

Cuenco de Plata, 2023

Traducción: Pablo Ingberg

Vida de maniobras y Figuras, de Mariano Dupont

Con Vida de maniobras Mariano Dupont se embarca en el proyecto de escribir una novela fallida, pero fracasa. Es decir, la novela supuestamente mala (ya no una anti-novela, sino un proyecto en ciernes que nunca deja, como su narrador, de “afearse”) al final no es tan mala, aunque tampoco sea tanto una novela.

Se trata de un diario personal en el que un personaje que se llama igual al autor anota hasta el hartazgo (y más allá) la dificultad y el displacer que le suponen escribir; en estas notas se ponen de relieve su complejo de inferioridad, el miedo a perder los pocos lectores que tiene (a quienes desprecia), sus gustos artísticos refinados, la molestia del tráfico urbano, algunos viajes con sordina a distintos puntos del país y el extranjero, discusiones con vecinos y conversaciones con alumnos de su taller literario. Las intervenciones ocasionales de una madre comprensiva (a quien el narrador tortura leyéndole sus anotaciones) y de una compañera sardónica que se burla de su snobismo son las únicas fisuras por las que entra un soplo de aire fresco en el soliloquio neurótico de Vida de maniobras. El contrapunto con las dos figuras femeninas caracteriza las secciones primera y tercera del libro; en la sección intermedia, también aparecen mujeres, pero ya no como un alivio ante el discurso del diarista insufrible, sino como fantasías sensuales al borde del delirio y en una estética que recuerda a las tiras del Loco Chávez.

La apuesta de Dupont en este libro es ensayar la imposibilidad de la escritura que, sin embargo y contra toda recomendación, sigue adelante. Toda similitud con la estética de Beckett (o de otros modernistas europeos como Joyce y Céline) no es mera coincidencia; basta una hojeada a la solapa para confirmarlo. Pero no es en esas referencias literarias (trasnochadas quizás, y en definitiva tomadas de una manera superficial) que el libro encuentra su personalidad más cabal. Vida de maniobras se inventa un curioso valor invirtiendo el concepto de tour de force: ya no se trata de un esfuerzo palmario del autor en la fragua de su escritura, sino del lector en el martirio de la lectura. Llegar al final del libro, que en sus últimos jadeos anuncia como único deseo cubrir las páginas que le faltan del cuaderno, se vuelve tan infructuoso e injustificado como adictivo. Sabiendo que no habrá nada interesante de principio a fin, igual, uno quiere seguir leyendo: ¿con la esperanza de que en algún momento pase algo inesperado o con el goce perverso que provoca el testimonio de un onanismo literario culposo? Dupont no da más de lo que muestra en las primeras páginas, así que cada quien entrará avisado a la novela.

Figuras, por otro lado, es menos complejo pero asimismo menos lanzado al equívoco. Son dieciséis piezas que trabajan sobre el discurso de corrientes filosóficas, estéticas y políticas específicas, muchas veces en forma de monólogo (Artaud, las izquierdas europeas, la lógica aristotélica), pero también como diálogo (Gilles Deleuze y Félix Guattari; Judith Butler y Avital Ronell) e incluso en textos que lindan con la ficción narrativa (como “Cojito”, que convierte la premisa cartesiana cogito ergo sum en un nombre propio y rengo). Aunque en un tono jocoso, estos textos no son exactamente parodias de las escuelas de pensamiento que impersonan y, si bien hay cierta crítica general a la abstracción a veces absurda de todo sistema de ideas, trasunta un conocimiento respetuoso, amoroso, de todas ellas.

El común denominador de Figuras y Vida de maniobras es la cultura occidental como baluarte. Suena de fondo una intención de risa bufa pero lo cierto es que en ningún momento el asoleo de tales riquezas del pensamiento y el espíritu se ve realmente desestabilizado por el bufón. Leer ambos libros en tándem, es grande la tentación de tomar Vida de maniobras como la asunción de una máscara más, como las de Figuras, pero esta vez la de una persona estrechamente ceñida que habilite la parodia, si se quiere, de la tan vapuleada pero no por ello menos vigente literatura del yo. La lectura conjunta de los dos libros, sin embargo, no colabora con la apreciación de la escritura propiamente dicha: se repite tanto en la novela fallida como en los retratos filosóficos el mismo fraseo corto, poblado de repeticiones y ripios, cuyo automatismo impide hallazgos formales o al menos la aparición de estrategias formales distintas según cada tópico, idea o carácter personificado.

Publicada en revista Ñ en octubre de 2023

Vida de maniobras y Figuras

Mariano Dupont

Editores Argentinos

2023

Lupa de la inmersión, de Daniel Durand

Hay cierta tendencia contemporánea que concibe al libro de poesía, antes que una colección de poemas sueltos, como un todo conceptual recorrido por un hilo conductor más o menos reconocible. Luego de Segovia y El cielo de Boedo, quizás sus dos títulos más encumbrados, Daniel Durand ha pasado a escribir muy buenos poemas que, ocasionalmente, sin apuro pero sin pausa, selecciona para alguna publicación. Quizás nunca dejó de escribir muy buenos poemas y la observación anterior sea pretenciosa por demás, pero el hecho es que su reciente Lupa de la inmersión (título que juega, paronomasia mediante, a mimetizarse con su previo Ruta de la inversión) se presenta desde el vamos como una selección de poemas breves escritos durante los últimos quince años.

¿Qué paso en esos quince años? Acaso el viaje del poeta entrerriano a Filipinas y su vuelta al barrio porteño de Boedo, los sucesos políticos, económicos y artísticos acaecidos, y la pandemia como condensación dramática de todo lo anterior (es decir, variables tanto personales como sociales), aunque están presentes como trasfondo, no sean determinantes para la lectura de Lupa de la inmersión. Pero la dimensión temporal, el período de tiempo que Durand señala en el prólogo, sí se condicen con un carácter que atraviesa todo el libro: el contexto ha cambiado.

La contratapa ya lo advierte: “las fotos consumen toda la energía/ para su almacenamiento y existencia./ Nuestras fotos nos están aniquilando”; lo cual invita a leer la colección desde una oposición a la fugacidad estéril del consumo cultural actual. Esa banalidad con la que se aborda la experiencia creativa y que encuentra una representación sarcástica en el poema “De la naturaleza contemporánea” al parangonar la inconstancia del clima y de las artes amatorias con la nueva indolencia de los hábitos literarios: “De los libros que leía rara vez pasaba/ de la décima página, generalmente/ lo dejaba en la segunda o tercera. (...) Cuando escribía solía dejar/ los poemas por la mitad y terminarlos/ con un exabrupto del tipo: ‘el poema ahora lo escriben las estrellas’” Esta ética que prioriza el “humo congelado de los versos” y que puede afirmar, entre el chiste y la severidad, “mis poemas son solo diseño/ en eso me empeño”, aborrece de la belleza líquida de los celulares (“Cansado de ver fotos geniales/ en todas las pantallas, cierro los ojos:”) y la límpida falta de riesgo en la comunicación gráfica (“Uniformidad, nitidez y encanto/ no hay valentía en la tipografía”). A la obsolescencia programada de la cultura del consumo, los poemas de Durand oponen la traducción de un instante en una artesanía verbal, cuya materia prima puede ser tan variada como el hardware de una CPU hecha chatarra, el chamullo minimalista de un levante por chat, un collar de piedras preciosas extraído del inodoro, una atardecer de invierno adentro del auto o una banana vuelta “antorcha vegetal” en las manos de un hijo.

Versátil y sobradora, la serie de poemas que reúne Lupa de la inmersión no presenta una novedad en la escritura de Daniel Durand. Son poemas perfectos, que el autor, en un ejercicio de autocategorización, ubica entre las influencias de Li Po y William Carlos Williams (a las que se agregan versiones osadas del poeta chino contemporáneo Han Dong) y cuya novedad radica menos en la apuesta individual que en la perspectiva con la que se presenta el conjunto en relación a un destinatario inespecífico. “Estos poemas están dirigidos a un público general”, dice el prólogo, “al seleccionarlos pensé en la gente que no escribe, y que no tiene una preocupación poética permanente, sino ocasional”. Siguiendo esta línea, Lupa de la inmersión da cátedra de poesía (de la confección del poema breve y algunas de sus posibilidades ya ensayadas), le disputa al mundo hipermediatizado los conceptos de imagen y fugacidad con el fin de conservarlos en tanto valores literarios y apunta, presumiblemente, en un tiro por elevación, a cosechar nuevos lectores.



Publicado en revista Ñ el 24 de julio de 2023



Lupa de la inmersión, de Daniel Durand

Caleta Olivia, 2023

Una corona de rosas, de Elizabeth Taylor

Tres mujeres en una casa de verano transitan momentos distintos de la vida, el afecto y la sexualidad. Si la lectura de Una corona de rosas (1949), de Elizabeth Taylor, resulta anacrónica hoy en día, es menos por el asunto que por el modo de narrarlo.

Camilla y Liz son amigas desde que se conocieron de jóvenes en Suiza, donde estudiaban; Frances, más mayor, fue institutriz de Liz, y las recibe, con cariñosa hosquedad, en la quinta a la que se ha retirado a pintar. A cada amiga le corresponde, en el sistema de la novela, un hombre: Liz se casó con un párroco, con quien acaba de tener un hijo y por quien se siente ignorada de plano; Frances tiene una relación por correspondencia con su mayor cliente, un coleccionista torpe, bonachón, que acude al campo a conocer la obra postrera de la artista que admira; Camilla, soltera y dueña de un pánico al sexo opuesto que se traduce en soberbia, conoce en el viaje en tren a un sujeto dudoso del que queda prendada luego presenciar juntos un suicidio. El cívico aprecio a la cultura, la correcta instrucción, el arte de la conversación en situaciones sociales, la preocupación por los otros no desprovista de un grado de distanciamiento afectivo muy británico caracterizan a estos personajes que, moviéndose a la manera de actrices y actores sobre las tablas, entran y salen, dicen cosas ingeniosas, se lamentan. Un manto ominoso se cierne sobre todos ellos, pero la tragedia no es victoriana, y solo un personaje, el más endeble, será fulminado. La vida seguirá, presumiblemente lábil e intrascendente, para los demás.

El de Taylor es un realismo apegado a las cosas y a la desenvoltura elocuente de la frase (traducida con elegancia al castellano en este volumen) que se aleja del modernista flujo de conciencia magistralmente enarbolado por su antecesora Virginia Woolf, pero también de la precisión irónica de su contemporáneo J. R. Ackerley. La comparación siempre es odiosa, pero invita a pensar por qué, siendo la prosa de Taylor tan buena, efectiva, gozosa, su novela finalmente sabe a poco.

No es suficiente la distancia epocal y cultural, porque, bien articulados en una novela, la neurosis burguesa de posguerra, los tímidos avances del laborismo y un feminismo blanco de buenas maneras en una sociedad puritana, la crisis de la familia inglesa y el diletantismo en condiciones materiales armónicas, no tienen por qué ser necesariamente indiferentes a un lector latinoamericano promedio. Es su obsesión con la psicología de los personajes, que pide más de lo que pueden dar, lo que hace que Una corona de rosas aborde el proyecto de la novela realista pero le salga un melodrama.

Publicada en La Nación el 15 de julio de 2023



Una corona de rosas, de Elizabeth Taylor

La bestia equilátera, 2023

Traducción: Ernesto Montequin

Los Quilmers, de Leandro Ávalos Blacha

Leandro Ávalos Blacha escribe como se escribía hasta hace muy poco, cuando no era tan importante pegarla. ¿Qué quiere decir eso? Que escribe sin agenda; o mejor, con su propia agenda. Ya en su título, Los Quilmers condensa al menos tres aspectos de una narrativa argentina a la vez creativa, crítica y fresca que, en contraste con novedades recientes en las que se lee más una especulación del mercado editorial que un compromiso con el ejercicio de la ficción, ya se empezaba a extrañar. Tres decisiones confluyen en el título: delimitar el territorio geopolíticamente periférico desde donde se escribe (Quilmes); traficar, vía el gentilicio británico, la analogía con la colonización kelper de las Islas Malvinas; dar la clave humorística, un homenaje a la cultura popular que formó a un puñado de generaciones argentinas, en la que se entonan sus relatos (Los Simpsons en Bernal, pero más descarnados; o quizás el cinismo de Southpark sea la influencia más justa).

Las aventuras de Quilmes bajo invasión involucran personajes y situaciones diversas. Un antiguo participante de “La voz argentina” es el primer sobreviviente de la catástrofe y alcanza el estrellato cantando un tema sinsentido pero hechizante que los marcianos presumiblemente le inocularon. Un “visitante” de apariencia púber entabla contactos algo más que cercanos con las vecinas de Bernal hasta que el oficial, que en un inicio lo rescató, termina planificando su asesinato durante la fiesta del barrio. Una espía retirada descubre el paradero del líder de la rebelión quilmense en un reducto de la nueva Caracas, en Los Altos Quilmers, pero antes debe liquidar al alienígena que se ha infiltrado en su intimidad bajo la forma de un fiel compañero. Un grupo de padres se debate entre alentar el éxito de su prole en una competencia universal o denunciar la pichicata que hizo de los jóvenes atletas unos monstruos hipertrofiados.

Mientras, en Crónicas marcianas, Ray Bradbury solo pudo imaginar la vida en el planeta rojo como una progresiva colonización blanca que convirtió el astro en un melancólico Edén reloaded bajo la égida del sueño (anglo)americano, la imaginación de Ávalos Blacha trasunta la misma estructura pero alterando los roles de invasores e invadidos; lo cual termina por conjugar la tradición heredada del antecesor yanqui con la del rioplatense Eternauta (la rima de Juan Cano, líder de la resistencia de Quilmes, con el protagonista de Oesterheld no es casual).

Pero lo mejor de la prosa de Ávalos Blacha sin dudas es el humor negro, la parodia humana en la voz y figura del “vecino de al lado”, construida a partir de una incisiva sensibilidad hacia los mínimos gestos que hacen de nosotros seres ridículos y desprotegidos. Desde la explotación farandulera hasta la violencia institucional, pasando por los tejemanejes municipales y las miserias mínimas en matrimonios, amistades sexagenarias y ámbitos escolares; Los Quilmers narra, en capítulos autónomos y mediante un fraseo telegráfico, el apogeo y la catástrofe de una invasión extraterrestre que, además de divertirse abusando de la humanidad, se mimetiza con ella, coopta sus dispositivos de poder e instala canales de televisión intergaláctica para obtener raiting sometiendo a los quilmenses a competencias inmisericordes y dudosos programas de work and travel en Marte para los terrícolas desocupados.

El recurso mediante el cual la ficción científica crea un mundo posible como alegoría de las injusticias presentes tiene en Los Quilmers una versión conceptual que reduce al límite la distancia entre realidad y ficción: la colonización militar y cultural de los “visitantes” es equivalente a la colonización de los terrícolas sobre sus congéneres; los vicios alienígenas son tan indistinguibles a los humanos que, luego de apropiarse de las identidades terrícolas, apenas se diferencian de nosotros e imitan perfectamente, en la tierra, nuestra apacible comedia.

Publicada en revista Ñ el 20 de junio de 2023.

Los Quilmers

Leandro Ávalos Blacha

Caballo negro, 2023

Miseria, de Dolores Reyes

Después de su exitoso debut literario Cometierra, Dolores Reyes continúa las aventuras de su protagonista homónima en la secuela Miseria y proyecta (dentro de las coordenadas de crítica social y de género, y el policial sobrenatural) una saga con todas las aptitudes para convertirse en serie de plataformas.

Peleada con su don (que le permite rastrear la ubicación de mujeres abducidas a través de la ingestión de la tierra que alguna vez pisaron o tuvieron cerca), en esta segunda parte, Cometierra se ha mudado del conurbano al barrio porteño de Flores, donde el suelo natural no abunda aunque sí los carteles de chicas desaparecidas. “Acá tu don es oro”, le repite Miseria, su amiga y cuñada, que, a la espera de su primogénito, intenta convencer a la médium de que retome la búsqueda a las víctimas de la trata o de violencia misógina. El maltrato hospitalario, la explotación laboral, la educación sexual, los conflictos familiares de diverso tipo e incluso la adolescencia queer son algunos de los temas que la novela toca lateralmente mediante una narración alternada entre Cometierra y Miseria, y es recién hacia el final que termina de delinear la figura de la antagonista concreta que está detrás de las abducciones en el barrio: una vidente macabra para quien la misión de Cometierra representa una amenaza a destruir. Pero el enfrentamiento final con la bruja del ojo azul no se resuelve en Miseria, cuyo dilatado desarrollo apenas comprende la aceptación por parte de la heroína de su poder singular y de las deudas que aún le esperan en Pablo Podestá (dar con los cuerpos de Florensia y la seño Ana), sino que parece quedar aplazada para una eventual continuación que complete la trilogía.

Con un lenguaje llano y coloquial, Miseria es menos entretenida que Cometierra pero sí más pareja en su hechura. La trama y sus reveses se desenvuelven de a poco, dejando lugar para episodios secundarios, como fiestas de cumpleaños, un parto hogareño, los primeros pasos y palabras del recién nacido Pendejo (sic) y ocasionales escenas de sexo ATP; escenas quizás pensadas como contrapunto para aligerar en parte el drama de los femicidios.

Consciente del plano social que trabaja en su ficción, Dolores Reyes da forma a un personaje colectivo, con anclaje inmediato en la realidad de los lectores, compuesto por mujeres de diversas edades, procedencias culturales y estratos sociales, que hacia el final de Miseria se organizan contra la violencia de género. Esta aparición de colectivos organizados, que no estaba tan presente en la novela previa, de alguna manera libera al personaje Cometierra a seguir su aventura en una clave menos policial y cada vez más cercana al fantasy y ficción juvenil.

Publicada en La Nación el 10 de junio de 2023.


Miseria
Dolores Reyes
Alfaguara
336 páginas


El alma de las colinas…, de Derian Passaglia

Tres jóvenes poetas visitan Juan L. Ortiz en Paraná. El viaje se complica cuando son invitados a un asado en lo de su amigo Juan José Saer, quien, con una insoportable conversación entrecortada, se revela como un robot programado por el gobierno de Francia para acabar con Juanele y robarle su talento. Así, la primera novela de Derian Passaglia, El alma de las colinas…, genera ficción a partir de un mito universal (el peregrinaje del artista en ciernes en busca del maestro en su retiro) pero en clave local, históricamente datada; ya que las visitas a Juanele fueron muchas y durante varias décadas, hasta convertirse en un viaje obligado para los nuevos poetas.

Quizás uno de los últimos episodios de tal mito argentino fuera aquel de 1976 en el que los viajeros (César Aira, Héctor Libertella y Tamara Kamenszain), entre chismes y teoría estética, terminaron pasando a máquina algunos poemas del maestro. En la novela de Passaglia también son dos porteños (una chica y un chico) y un rosarino quienes buscan a Juanele y se saben sus versos de memoria; y el anacronismo de que jóvenes, por su manera de hablar, ostensiblemente contemporáneos convivan con Juanele, convive a su vez con una trama en la estela de Aira.

Pero lo más interesante de El alma de las colinas…, además de una prosa fluida, satírica, que homenajea, vía mímesis, el fraseo del maestro paranaense, es que se traba en un intríngulis de la tradición literaria reciente: ¿quién continúa a Juanele? ¿Saer o... Aira? El antagonismo conocido de estos dos autores es una excusa que asume Passalgia para inventar una aventura y plantarse, él a su vez, en la línea entrecortada de la serie literaria argentina.

Publicado en La Nación el 27 de mayo de 2023

El alma de las colinas…, de Derian Passaglia

Blatt&Ríos, 2023

144 p.

Lo que sobra, de Damián Tabarovsky

En Lo que sobra, Damián Tabarovsky retoma algunas ideas de sus ensayos anteriores Literatura de izquierda y Fantasma de la vanguardia, y las contrasta con la escena social, política y artística contemporáneas. Si el enemigo se radicaliza, el crítico debe radicalizar de sus preceptos. Y es esto lo que hace Tabarovsky al plantear que vivimos en una “guerra civil solapada” del capital contra la población, en la que la lengua oficial no deja resquicio para siquiera nombrar aquello que deja afuera. En arte así como en política, la operación clásica de la vanguardia fue llevar lo marginal al centro; hoy esa estrategia se vería obstaculizada por el simple hecho de que “lo que sobra” se habría vuelto irrepresentable, sin entidad.

El género “estado de situación” cada vez es menos visitado, pero Tabarovsky lo despliega de manera impecable, en gran medida fundamentado en la tesis de Silvia Schwartzböck sobre la “vida de derecha”, macro dentro del cual se ven obligadas a operar todas las expresiones políticas y estéticas desde la dictadura (la bibliografía teórica de Tabarovsky es amplia y ampliamente europea, pero esta inclusión de la filósofa argentina, junto al brasileño Guilherme Wisnik, es una feliz excepción).

Lo que sobra despliega, en términos generales, una crítica al progresismo y a su contracarta intelectual, el “vanguardismo académico”, que enseñan a escribir buenas novelas, entretenidas y vendibles. En lo particular, su propuesta apunta a construir una lengua dentro de la lengua establecida (a modo de “un caballo de Troya”); instalar una literatura del derroche opuesta a la de acumulación; a jugarse por la una sintaxis quebrada, una “forma de lo informe” que permita vislumbrar “entre la niebla” aquella figura que el mismo status quo condena a la anomia. Si bien queda por verse en qué medida estas consignas serían o no pasibles de absorción por parte del mismo vanguardismo académico que ataca, es interesante el intento por poner en crisis la propia escritura ensayística: notas dentro de notas al pie que contradicen o ponen en duda el cuerpo del texto, y un capítulo acerca de una ética del “sin embargo” hacen de Lo que sobra un texto, si bien no tan quebrado como la sintaxis que reclama, sí más abierto que los ensayos precedentes.

El diagnóstico Tabarovsky es certero y actualizado; la prescripción, tal vez, algo conocida. Aunque es presumible que no todo ensayo quiera tratar casos puntuales y contemporáneos (¡la distancia teórica!), se echa de menos en Lo que sobra un abordaje de la poesía argentina de las últimas décadas, cierta facción de la cual viene trabajando con una lectura de situación similar e indagaciones formales de avanzada.

Publicado en La Nación el 20 de mayo de 2023


Lo que sobra, de Damián Tabarovsky

Mardulce, 2023

Simular ser uno mismo, de Philip Larkin

Nos encanta escuchar a los artistas hablar de arte, sobre todo a quienes consideramos mejores en su disciplina; pero lo cierto es que son pocos quienes dicen algo de valor, algo que realmente supere o profundice la experiencia ya provista por su trabajo estético. Lo anterior podría formularse de otra manera (más despechada): los artistas jamás revelan sus secretos. Y eso es lo único que queremos.

Philip Larkin no es la excepción, y las prosas reunidas en Simular ser uno mismo parecen sugerir que el poeta inglés se divierte simulando su jocosa y largamente granjeada imagen de cínico displicente cuando se lo interroga por el quehacer poético. Pero, a pesar de la parquedad y el desgano, en estas entrevistas, columnas de opinión, poemas propios comentados, perfiles (de Auden y Hardy) y otros opúsculos, Larkin desgrana algunos secretos, dádivas al lector adicto; si no sobre cómo escribe sus poemas (qué benévola traición se puede esperar del que avisa: “Nunca he afirmado saber exactamente cómo o por qué escribo poesía: me parece un oficio que la autoconciencia puede fácilmente malograr”), al menos sí sobre cómo piensa la poesía. O sea: cómo lee.

Larkin es un lector que cree en la tradición. En parte por asumirse conservador y en parte por entender la literatura en términos de serie histórica, que cambia con la alternancia de generaciones, nombres propios y modas: “Después de pasar por un período de poesía épica, llega un período de poesía lírica; a un período de sátira, le sucede un período de romanticismo. Ya tuvimos un período de poesía bastante intelectual, podríamos estar viviendo un período de modestos poemas personales”. Falsa modestia aparte y cincuenta años después, ¿no volvimos a vivir un período de “poemas personales”? En este punto cabría hacerse la pregunta de qué significa leer a Larkin hoy, en América latina. Las palabras preliminares, del también traductor del libro Gonzalo Rojo, contextualizan muy bien el primer desembarco del británico a nuestro país: a través de Diario de Poesía y bajo traducción de Marcelo Cohen. Pero una caracterización de la época (el medio en que salió y los lectores a los que iba dirigido) sería de gran utilidad para apreciar el alcance que tuvo en un inicio la poesía de Larkin en el sistema literario argentino y, quizás, la oportunidad de debatir la actualización de su lectura.

Lo que sin duda es una constante, por lo menos desde los sesenta hasta ahora, es la irritación que genera en todos, siguiendo a Larkin, la impostura del poema; esa “actitud poética” que “debe estar respaldada por una poesía increíblemente buena para que no te fastidie”. Es entonces cuando entra a jugar la innovación; contra la idea más extendida, se desprende de estas misceláneas que en poesía son más prioritarios los temas que el estilo. La incorporación de temas que hasta el momento no son considerados poetizables contribuiría a la “amplitud del registro poético” (expresión que usa al referirse a John Betjeman). Una mayor conciencia de los temas en poesía (los ya manidos; los innovadores) sería un asunto atractivo de someter a discusión; incluso a fuerza de que lleve a pensar en qué medida los propios temas de Larkin, en su momento novedosos (la decadencia individual y social, la crítica a la familia, lo anodino de la vida moderna), continúan en boga y reclamen ya, consecuentemente, una nueva ampliación.

El honesto pragmatismo que se desprende de Simular ser uno mismo resulta finalmente lo más nutritivo del volumen. Incluso la definición sobre la poesía que Larkin suelta a regañadientes registran una evolución a lo largo del tiempo y con la sucesión de los textos: al comienzo la plantea como una forma de conservar una experiencia única a través de un dispositivo verbal con la finalidad de transmitirla a terceros y luego ese afán de preservación es sustituido por el principio de placer: “lamentablemente, escribir bien conlleva disfrutar lo que se está escribiendo”.

Publicado en Ñ el 17 de mayo de 2023.


Simular ser uno mismo

Philip Larkin

Trad: Gonzalo Rojo

Hola & chau, 2023





Pombero, de Marina Closs

El concepto de voz en literatura está demasiado a mano, o demasiado manoseado. Encontrar una voz propia es lo que buscan los poetas; construir una voz, lo que quieren los narradores; dar voz a los que no la tienen, el colmo del progresismo bienintencionado. Esquizofrénica, la vulgata literaria oye voces por todos lados y la idea amenaza con convertirse en un nuevo cliché editorial, sin una particular preocupación por desgranar, en definitiva, cómo se fabrica una voz y qué implica hacerlo.

En Pombero, Marina Closs elabora un lenguaje rico y dúctil que le permite adoptar inflexiones marcadamente distintas en cada uno de sus siete cuentos. Y si bien es verdad que muchos de los protagonistas asumen la primera persona para contar, no es tanto el estilo o el léxico lo que los singulariza sino la invención de una gramática propia. Es siempre el castellano, pero abierto en una panoplia de matices que le escapan, con sutileza, tanto al imperio de la lengua canónica como al corset naturalista del dialecto. ¿Cómo habla Suzumushi, la masajista japonesa de Los Helechos? “Tengo la casa de madera con muchas ventanas y en la casa las orquídeas que se abren pequeñas como ojos de borrachos”. ¿Cómo habla Juan Pablo Jabalí Ŷalopi, joven erróneamente llamado mataco, en la bisagra de la transformación cultural? “Lo que hacía el salteño rengo era malo, pero vino a ayudarnos y, por eso, nuestros padres lo respetaron. Los blancos trajeron viruela. Comenzamos a enfermarse”. La delineación del narrador en singular se produce a partir de una cuidadosa sintaxis y una gramática apenas irrespetuosa; casi temerosa de tirar abajo el idioma, en un descuido o por exceso de confianza.

“En la cara de una persona se expresa siempre algo. Pero no es exactamente lo que uno quisiera. Entonces, más que expresarse, se escapa. Para expresarse, en cambio, el maquillaje es más exacto”, reflexiona Rosita, la peluquera trans que le huye al humo del cigarrillo. Así también los relatos de Marina Closs se tensan entre el artificio y lo espontáneo; maquillaje y rostro, lo que se construye a conciencia y lo que brota solo. Porque en Pombero la orfebrería de la frase se pone al servicio de un solo objetivo (que siempre puede fracasar): la aparición del personaje. Estos relatos son ejercicios de invocación y por eso están plagados de nombres: Pombero, Rosita, Rosito, Suzumushi, Marioka, Lindsay Sorotko, Dunka, María das Luzes. En el vocativo se dirime la emergencia de una identidad o su desvanecimiento; quizás a eso se debe la frase que forman los títulos de cada relato: “Si yo fuera alguien/ No sería/ Esto/ Nunca y tampoco/ Lo otro/ Quizás mejor/ Casi nadie”.

Dicen que Pessoa inventó a sus heterónimos leyendo a Shakespeare: una caja negra de personalidades atrapadas en su manera de hablar. Y algo de teatral se reproduce en los relatos de Pombero, en los que la narración se adelgaza sobre el esqueleto del habla hasta no ocupar casi espacio. Cierta incomodidad con el poder de la expresión, como la que experimenta la bella Marioka, de una belleza tan insoportable que, no solo no encuentra quien quiera casarse con ella, sino que termina vendándose la cabeza. Pero también cierto aquilatamiento de tal poder: la noción de que mientras más se afina el lenguaje más se afila.

En la nota final Marina Closs entona una nota baja (un detalle, casi un descuido) en la que consigna que el libro “se nutre de textos y formas orales de mi territorio y no tiene otra pretensión de realidad que la de alzar una pequeña voz de miedo ante el tiránico español monótono”. La idea de la voz cobra cuerpo al oponerse a la lengua monolítica y anclarse en un territorio inventado: no para practicar la mímica de un regionalismo (que puede ser tan conservador como el colonialismo de la RAE), sino como médium de identidades posibles, entrevistas, ensayadas sobre tablas.

Publicada en Ñ en mayo de 2023


Pombero, de Marina Closs

Páginas de espuma, 2023

La infancia del mundo, de Michel Nieva

En muchos casos, la literatura de ciencia ficción afila sus herramientas en la imaginación técnica para imaginar alegorías políticas que critiquen los aparatos de poder, y en esa tesitura elaboran mundos posibles. En La infancia del mundo, de Michel Nieva, el ejercicio del género pone por delante de manera subrayada la crítica a ciertos rasgos del capitalismo global contemporáneo como el cambio climático, la especulación financiera y la industria farmacéutica, el extractivismo, la gentrificación, e incluso la violencia infantil y la desigualdad social.

La expresión que encuentra este esquema político en la novela de Nieva ha sido descrita como “delirante”, pero más bien es heredera de la literatura pulp, el grotesco y el cine gore en una modulación que busca ser humorística. En La infancia del mundo corre el año 2272, la temperatura promedio del planeta es de 40°C y la geografía ha sufrido grandes cambios con el derretimiento de los cascos polares. Un proletario y mutante niño mosquito comienza una matanza en Victorica, que se extiende en matanza humana general cuando descubre que su nacimiento es producto de un experimento corporativo sobre capas marginales de la sociedad con el fin de especular sobre el mercado de “virofinanzas”. En paralelo, el Dulce, capo de la clase y devoto del videojuego Cristianos vs. Indios, se roba una misteriosa piedra en el mercado negro del Caribe Pampeano y toma contacto con La Gran Arcana (un ente milenario escondido en el Polo Sur). El encuentro final entre ambos personajes desata un caos universal más parecido al reseteo de una computadora que a un apocalipsis.

Quizás por la relativa complejidad de la trama (aunque, ¿qué calificativo quedaría para Pynchon?), tal vez para adelantarse a la posibilidad de un lector distraído o a causa de un simple descuido editorial, la novela de Nieva es agotadoramente repetitiva tanto de las acciones como de las razones que mueven a cada personaje. La explicación del mundo futuro prepondera sobre la elaboración de la trama (que muy rápido se vuelve una sucesión de asesinatos idénticos) y los aspectos de esa sociedad distópica tampoco resultan muy ocurrentes: la postulación improbable de que su protagonista no entienda las palabras “nieve”, “frío” e “invierno” porque nunca los experimentó es menos inverosímil que el hecho de que, en pleno siglo XXIII, acuda a consultarlas en un diccionario.

Entre una crítica social pegada a la agenda progresista global y un relato redundante que poco hace por eludir los estereotipos, La infancia del mundo no deja espacio para una ficción científica que sorprenda y ofrezca, como los mejores exponentes del género, una nueva experiencia a la imaginación.

Publicada en La Nación el 15 de abril de 2023.


La infancia del mundo, de Michel Nieva

Anagrama, 2023



Peregrino transparente, de Juan Cárdenas

En Peregrino transparente, el misterioso pintor de iglesias José Rufino Pandiguando es perseguido a través de diversos territorios y poblados de Nueva Granada a mediados del siglo XIX. Primero, la pesquisa la lleva adelante Henry Price, un acuarelista inglés fascinado con el arte de Pandiguando y con la organización de artesanos a la que pertenece; la segunda persecución sucede luego del fracaso de la Revolución de 1854, cuando Pandiguando ya es un prófugo político y, su perseguidor, un joven bogotano que sueña con el ascenso social pero carece de mundo.

Fascinación en un caso, ambición personal en el otro; el relato adopta, en ambas secciones de la novela, una perspectiva extranjera a la geografía por el avanzan sus personajes, y construye mundo desde una visión exotista de América, cuyo marco histórico reconocible de a poco cede lugar a hechos y personajes no realistas como recurso para la resolución de la trama.

La novela de Cárdenas tiene todos los componentes para ser una buena novela: suspenso, persecuciones, escenas de sexo y violencia; descripción de paisajes exuberantes en los cuatro climas de Colombia; costumbrismo, humor, profundidad psicológica; reflexiones filosóficas, políticas y estéticas; una perspectiva histórica desde la cual analiza el presente; referencias historiográficas y de ficción (Peregrinación del Alpha, de Manuel Ancízar y Moby Dick de Herman Melville), así como epígrafes adecuados y heterogéneos (Heráclito, Marosa Di Giorgio y Guimarães Rosa); crítica al racionalismo, el capitalismo y el extractivismo; encomios a cosmovisiones precolombinas, y una prosa trabajada, correcta (con ciertos pasajes más ambiciosos), que sabe sostener el ritmo, jerarquizar elementos y conducir la acción.

Entonces, si reúne tantos elementos propicios a la confección de una novela buena, ¿por qué Peregrino transparente no llega a ser más que eso, una novela bien escrita? Quizás porque la facilidad con la que se puede descomponer en partes un relato es proporcional a la previsibilidad del artefacto. Quizás porque el libro de Cárdenas hace pensar en la literatura como una receta, lo cual no hace más que confirmar que el sabor del plato, aunque esté bien preparado, no depende exclusivamente de la nobleza de sus ingredientes.

¿Tiene sentido pedirle más a una novela que está bien hecha, entretiene y se lee gratamente hasta el final? Para el lector que quiera pasar un buen rato, es ideal. Quien tenga inclinaciones similares a los personajes de Peregrino transparente y suela pedirle a un texto literario que lleve hasta el final sus propias premisas, puede que termine un poco decepcionado.

Son dos los obstáculos fundamentales que ponen coto a la realización total de la propia propuesta Peregrino transparente: la novela es demasiado fiel a su opinión e interpretación sobre los hechos históricos que trata, lo cual la acerca a una novela histórica biempensante (los comentarios racistas que hacen los personajes no logran disfrazar una moral progresista anacrónica); en segundo lugar, y cuando una vez que toca el techo de su esquema revisionista, la novela de Cárdenas resigna su apuesta al realismo a cambio del realismo mágico, tendencia a la que poco tiene para agregar luego de las experiencias transitadas el siglo pasado.

Hay una vía, sin embargo, que se vislumbra como avanzada orgánica hacia nuevas posibilidades de la novela como género. La segunda parte, “El jardín de los presentes”, se juega a una prosa más arriesgada, a tal punto que depone mayúsculas y puntuación, o más bien transforman su estatus en virtud de un ritmo singular, y la apertura de imagen y sentido a partir de la interrupción de la sintaxis convencional. Esa vena, que intenta el contrabando, hacia la novela, de herramientas tradicionalmente atribuidas a la poesía, se cierra rápidamente (así como se cierra el horizonte de oportunidad para la patria de los artesanos socialistas con la que fantasea Price), a pesar de que fuera exactamente ahí donde la cosa se ponía interesante.


Publicado en Ñ el 12 de abril de 2023

 

Peregrino transparente, de Juan Cárdenas

Sigilo (2023)


Lexikón, de Sergio Raimondi

Más difícil que ser autor de un solo libro es ser autor de dos. Durante más de veinte años, Sergio Raimondi fue el autor de Poesía civil, rotundo libro de poemas que conjuga el verso clásico con la mirada objetivista en pulidos poemas sobre el desguace económico y político en la periferia ex-industrial desde la dictadura hasta el menemato. Luego de su publicación en el 2001, Raimondi anunció un libro en proceso cuyo título provisorio era Para un diccionario crítico de la lengua. La aparición de Lexikón, un compendio de 255 entradas en verso ordenadas alfabéticamente, presenta algunos cambios: un recorte más humilde, que se lee en el pasaje de “diccionario” a vocabulario; el trueque del abordaje “crítico” por un encomio al “valor estratégico de la ambigüedad”, y el pasaje de la única “lengua” a múltiples (sánscrito, mandarín, ruso, árabe, aimara, etc.).

Pero el giro más significativo de Lexikón se da en el plano de la perspectiva. El punto de vista que en su primer libro se pensaba como “una percepción desde el margen de un país en el margen del sistema” (Nota a la reedición de Poesía civil), adquiere, en el flamante Lexikón, una mirada global, que le permite abordar asuntos de Bolivia a China, sin acusar una posición fija en el espacio ni, menos aún, en el tiempo. Porque los poemas de Raimondi parecen buscar una perspectiva transhistórica, una voz que se proonuncie en términos de eras geológicas y se postule más allá de problemas aparentemente exclusivos del Antropoceno como la cultura o el idioma (que habrán de volverse “un fósil más” cuando animales microscópicos como los tardígrados sigan vivos y coleando en la superficie lunar).

La apariencia de opera magna que impone un poema de 414 páginas y su ambicioso proyecto de cubrir todas las lenguas de todos los tiempos de todo en planeta (y más allá) se tensa con la evidente de imposibilidad de la empresa, que el mismo Raimondi admite como parte del juego de deconstruir la Enciclopedia, artefacto humanista por excelencia. Pero por más inclinación que ostente hacia plantas y bacterias (“Ruminococcus” aspira a relacionar el ritmo del poema con las “formas filiformes [sic] de sus flagelos”), Lexikón no deja de ser enciclopédico en el tono y registro, y esa misma cadencia prosaica complota contra la artesanía de la frase. Muchas veces, el comentario sobre el proyecto prepondera sobre el poema, al modo del borgeano Carlos Argentino Daneri, cuyos endecasílabos mejoraban notoriamente con la explicación posterior. Sin duda, hay buenos poemas en Lexikón, pero su apuesta general (más inclinada a lo conceptual que a la idea de verso) parece perder en lo mucho que quiere abarcar la efectividad estética de un punto de enunciación situado.

Publicado en La Nación el 25 de febrero de 2023

Lexikón, de Sergio Raimondi

Mansalva, 2022

Apuntes sobre TRINCHETA de Juan Rocchi

Yo también fui joven, como Dillom. Y mientras eso (la juventud) ocurría, y mientras en la primera década del siglo se publicaban carradas de...