Reseña: La luz de lo imposible. Los poetas de Nosferatu y Último Reino (1972-2022), de María Julia de Ruschi

La luz de lo imposible. Los poetas de Nosferatu y Último Reino (1972-2022), de María Julia de Ruschi (Ediciones Kalos, 2022)


Las memorias de una vivencia poética: Nosferatu y Último Reino

por Emilio Jurado Naón


Cuando la crítica no actúa de oficio, la historia de la poesía termina contándose en primera persona. Se puede discutir el rol de la crítica, e incluso postular su inexistencia; pero lo que se vuelve más difícil de negar es que la poesía, por la escasez de intereses económicos que concita y lo reducido de su circuito, muchas veces debe narrarse a sí misma si se quiere dar a conocer. Es el caso de La luz de lo imposible. Los poetas de Nosferatu y Último Reino (1972-2022), antología prologada y editada por María Julia de Ruschi, integrante de la revista Nosferatu (1972-1978) que, si bien no participó de la posterior revista y editorial Último Reino (1979-1998), une ambos proyectos a partir de un reconocimiento de hermandad entre ellos. Tal afinidad, que para otros integrantes es entendida como una continuidad sin solución, se debe fundamentalmente al maestro, piedra de toque de ambos grupos, coligante social y anfitrión los viernes a la noche en su departamento de Las Cañitas: Mario Morales (1923-1987).

La semblanza de este autor, quizás desconocido para una buena parte de los lectores de poesía, es de lo más jugoso de La luz imposible. En torno a su figura, las evocaciones y el chisme condensan una aire de tertulia muy propio de la sociabilidad poética: alcoholizarse, leer borradores, teorizar sobre arte y hablar mal de otros escritores fueron y son de las cosas más divertidas de encontrarse con otros amantes de la poesía. La alergia a la vida práctica, que hace al estereotipo del “poeta”, no era ajena a Morales, quien, según recuerdan los discípulos, no sabía ni cómo usar un teléfono público; así como le eran propios, por otra parte, el contagioso entusiasmo y énfasis de la lectura en voz alta, y “una especie de pureza que dan la inteligencia y la sensibilidad, aliadas en el corazón, con sencillez”. En torno a Morales se despliegan perfiles de los contertulios (René Palacios More, Jorge Zunino, Enrique Ivaldi, Álvaro Diez Astete, Daniel Gutman, Víctor Redondo, Mónica Tracey, Guillermo Roig, María del Rosario Sola, Horacio Zabaljáuregui, Roberto Scrugli, Susana Villalba, Carlos Riccardo, Pablo Narral y la propia antologadora), sus conflictos (familiares, de ego y también de género, como cuando una de las participantes se entera de que los hombres tenían sus reuniones aparte) y anécdotas que enriquecen la lectura de los poemas e incluso, en algunos casos, los superan.



En su introducción, De Ruschi reconstruye en primera persona una escena poética vernácula y germinal situada en los setenta en Buenos Aires que incorpora algunos testimonios acerca de Último Reino, pero principalmente se centra en la etapa anterior, la más oscura Nosferatu. El recorte de la memoria gregaria es nítido: dado que “en las reuniones nunca hablamos de otra cosa que no fuera de poesía”, el libro excluye de plano el contexto social (a pesar de mencionar que algunos integrantes fueron militantes y exiliados) y se resguarda en una línea común a ambos grupos: “mantener viva la conciencia de la responsabilidad del poeta en relación con el lenguaje, la custodia de la potencia sagrada del verbo que hace la misión de la poesía específica y única entre los varios usos posibles de la palabra, rasgo que los apartaba de la tendencia general de la época”.

La luz de lo imposible evade en gran medida una caracterización del contexto histórico y estético en el que se desenvolvieron sus protagonistas. Pero, aunque se presenta como una memoria personal, la antología no se limita al rescate de poemas de culto datados hace más de dos décadas, sino que pretende de prolongar, con la incorporación de poemas recientes de Zabaljáuregui y Villalba, una supervivencia actual. La licencia del subtítulo es una muestra de esta voluntad de vigencia: aunque no incluya poemas posteriores a 2019, la bajada extiende la trayectoria de “los poetas de Nosferatu y Último Reino” al año actual de publicación, 2022.

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Publicada en Ñ (Clarín) el 20/12/2022

https://www.clarin.com/revista-n/literatura/resenas/borradores-luz-apaga_0_9C0AQOqFWy.html

Reseña: Tokio, estación Ueno, de Yū Miri

Tokio, estación Ueno, de Yū Miri

Traducción: Tana Ōshima

Impedimenta, 2022


Fragmentos de la historia en el centro de Tokio

por Emilio Jurado Naón



Un fantasma recorre la estación Ueno; no es el fantasma del comunismo, pero sí el de un miembro de la clase obrera. Kazu, un trabajador golondrina proveniente de la prefectura de Fukushima, narra la novela Yū Miri Tokio, estación de Ueno bajo una presencia espectral que le permite abarcar la historia de Japón desde principios del siglo XX hasta la actualidad. Habiendo renunciado al descanso que le aseguraba el Budismo de la Tierra Pura, el espíritu de Kazu se ve conjurado por el chirrido de los trenes en una de las estaciones más importantes de la capital nipona y contempla, en el anonimato que caracterizó su propia vida, la pesarosa llanura del tiempo en la que se entrelazan remordimientos personales y la degradación paulatina del tejido social.

A contrapunto de las conversaciones banales de los paseantes y las viñetas fugaces con las que registra la milimétrica rutina de los sintecho en las inmediaciones de Ueno, fantasma que inventa Yū Miri cuenta una historia de Japón atravesada por guerras, desastres naturales, y conflictos políticos a partir de los monumentos, museos y memoriales del parque, y así convierte un punto neurálgico de Tokio en una sinécdoque nacional. En tanto este espacio constituye el perímetro de la novela (y los límites dentro de los que se mueve su narrador), la medida del tiempo la brindan los recuerdos de Kazu: pescador desde niño, luego albañil en las obras de construcción para los primeros Juegos Olímpicos celebrados en Japón (1964), y finalmente devenido sintecho, una vez que la súbita concatenación de muertes en su familia (su primogénito y su esposa) y el desempleo lo anularan para la vida social.



Víctima del azar, la melancolía y un sistema económico despiadadamente competitivo, el protagonista de Tokio, estación Ueno concibe su vida como un negativo perfecto de la de su adorado emperador Hiroito, de la misma edad y cuyos respectivos hijos comparten año de nacimiento: “Ahí estaban, nada menos que el emperador y la emperatriz, delante de mí, mirándonos con unos ojos que no puedo describir más que como generosos y llenos de bondad, sonriendo con unos labios que jamás han conocido ni crimen ni vergüenza. No es que pudiera leerles la mente con solo mirarlos a la cara, pero no era una sonrisa falsa como la de los políticos o la de los famosos. Y me pregunté cómo sería tener una vida así, en la que nunca se ha experimentado la dificultad, la codicia o la perdición…”

La sutil, aunque no por ello menos rotunda, crítica al régimen laboral y al individualismo japonés que Miri despliega por acumulación, paulatina y parsimoniosa, es desplegada mediante estrategias varias. Algunas, propias del naturalismo, como el estudio de campo de la vida cotidiana de personas en situación de calle (vergüenza inconfesable para la niña bonita del capitalismo mundial); otras, del realismo social, como la ambiciosa tarea de unir la propaganda gubernamental de los Juegos Olímpicos (planificados para el 2020) con el desastre nuclear de Fukushima (2011) y presentarlos como dos emergentes de un sistema social asimétrico que dispone de su población con la misma displicencia que a un envase descartable.

La atención de Miri hacia la historia social y económica coexiste, y se complementa con una historia fragmentada compuesta por detalles: impresiones de un velorio budista, conversaciones sueltas, cantos de pájaros, los cambios del sol y la acción de la lluvia sobre los objetos arrumbados de los sintecho por orden de las autoridades. Así, la tracción del tiempo y la belleza se tensionan en el relato de Kazu; a veces, las flores artificiales junto a un memorial claudican ante el paso de los días, “han perdido el color y sus tallos se han torcido”, y en cambio las rosas del pintor Redouté, en una muestra junto al parque, se destacan por estar fuera de contexto: “Las rosas florecen ajenas a la realidad del pasado y siguen vivas en el papel como flores fantásticas de otro mundo”. En ese vaivén de la historia y de las cosas hace equilibrio Tokio, estación Ueno.

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Publicada en Ñ (Clarín) en algún momento de noviembre/diciembre 2022

Reseña: Berisso, 1928, de Daniel Samoilovich

Berisso 1928. La vida futura Daniel Samoilovich Bajo la Luna, 2023 Berisso 1928. La vida futura de Daniel Samoilovich (Buenos Aires, 1949) ...