Reseña: Los días Trakl y Soy la peste, de Guillermo Saccomanno

 

Los días Trakl (Las cuarenta-La flor azul, 2020) y Soy la peste (Planeta, 2020), de Guillermo Saccomanno

¿Cómo escribir hoy?

Por Emilio Jurado Naón

 

La contigüidad, desde siempre y sobre todo en la lectura, arma series de sentido. Esto no es una novedad, pero no deja de sorprender el potencial de asociaciones (sea por similitud, sea por oposición) que se produce cuando leemos dos libros en simultáneo. En lo que va del 2020, Guillermo Saccomanno publicó dos títulos que pueden ser entendidos como abordaje literarios completamente distintos para un mismo problema: ¿Cómo escribir hoy?

La pregunta sobre cómo escribir incluye parámetros de género (el diario y el poema en Los días Tarkl; la novela de iniciación en Soy la peste), de tono (intimista y reflexivo en el primero; desenfadado y dicharachero en el segundo –sombrío en ambos), y de registro (culto para los poemas de Trakl y la filosofía germana; coloquial para el joven narrador que enfrenta la peste). “Hoy” refiere, por supuesto, al contexto actual, lo que, para Saccomanno, significa un contexto social, cultural y económicamente adverso: Soy la peste, desde el título, se engancha con la actual pandemia de coronavirus, aunque los anacronismos deliberados de la trama eluden la mímesis con el presente y establecen un diálogo desfasado con lo actual;  Los días Trakl, por su lado, reúne entradas de diario que van de mayo 2017 a mayo 2018, período durante el cual la lectura pormenorizada del poeta austrohúngaro y los ensayos de su traducción (a los que llama “transfiguraciones”) funcionan como estrategia para sobrellevar el lento traqueteo de los días en plena noche neoliberal argentina.


Se podría decir, siguiendo este razonamiento, que al cambio de contexto corresponde un cambio en la propuesta estética. Aunque, al mismo tiempo, una variación estética puede simplemente responder al capricho o al azar. Si se tiene en cuenta la trayectoria de Saccomanno como narrador, se suponer que el verdadero capricho o la apuesta verdaderamente arriesgada entre los dos libros es asumido por Los días Trakl. El propio diarista y traductor amateur de poesía se lo  pregunta en una de las entradas: “¿Estas transfiguraciones serán leídas como la imposibilidad de un escritor/narrador de comprender el hecho poético?” La mera aparición del interrogante en el libro da cuenta de un texto abierto a la duda, la inseguridad y, en parte, el impudor; características en general censuradas en literatura y que, justamente por eso, hacen del diario de lectura un artefacto potente.

Luego de sufrir la impostura de poetas cool en un festival de San Telmo, el diarista se encuentra en una librería con una nueva edición de Sebastian en el sueño: “Inexorable, mordiste o te mordió T”. La mordida del poeta expresionista, que no lo soltará por un año entero, conduce a Saccomanno por una vía de lectura intensa de poesía. Apoyado, en  un lateral, sobre la estética austríaca y alemana fundamentalmente, y, por otro costado, en la lectura obsesiva de todas las traducciones al castellano que pueda encontrar, indaga en el quehacer poético mientras, sin saber alemán, “transfigura” los poemas de Trakl en busca de un idioma a la vez ajeno y propio. Los mejores pasajes terminan siendo, sin embargo, no tanto las transfiguraciones de Trakl sino cuando el ánimo trakliano se filtra en la pluma del diarista: “Escribir como leía en mi adolescencia, el invierno en el barrio de calles de tierra, las casas bajas, la escarcha cristalizada en las zanjas bordeadas por yuyos, los atardeceres rojos, el aire fétido de los mataderos y frigoríficos, las curtiembres y una química mientras, en el silencio, se oía la campana de la iglesia”.

En efecto, el diario de lectura es una puesta en evidencia de un proceso. Y, como tal, el objetivo de traducir al poeta maldito (ejercicio que “no corresponde a la lengua germánica y su tradición sino a la nacional”) tiene sus mayores logros cuando está distraído. Hacia el final, brota el injerto, la matriz híbrida de una estética posible Trakl-Saccomanno: “Patri en el jardín. Me acerca a una planta que floreció esta mañana, una planta que era de nuestra casa natal. Se la había regalado a nuestra madre una amiga loca, una devota poseída que fue internada en el manicomio. Por el ventanuco de su celda, me contaba, veía la luz divina. Las flores son blancas. Se llaman besos, dice mi hermana”.

Ese punto de llegada no parece retomarse desde la narrativa en Soy la peste, al menos no exitosamente. El narrador tiene la edad que habría tenido Saccomanno cuando leyó por primera vez a Trakl y comienza su monólogo así: “Estaba empezando el invierno de mis dieciséis años y se venía la nieve cuando el mal atacó el quilombo”. El mal, entre concreto y metafísico, es la peste. El lugar es Buenos Aires, pero con nieve; el tiempo es ambiguo, con elementos culturales y tecnológicos que a veces remiten a la fiebre amarilla del siglo XIX y otras, a la actualidad. La jerga del narrador, también: oscila entre el lunfardo tanguero y el coloquialismo contemporáneo (“Al mal no le calentaba qué lengua parlabas”). Y es ahí, en el asunto del habla que tanto preocupaba a las transfiguraciones de Trakl, que Soy la peste da el traspié; porque, tironeado entre un habla de arrabal estándar y la jerga impostada de pibe chorro, la voz del narrador no consigue un equilibrio verosímil (ni un inverosímil que redoble la apuesta). Además de moralista (nació en un “quilombo” pero su relación con la sexualidad es ultraconservadora), el protagonista está construido con un lenguaje des-ecualizado, que quizás busca la invención desde el anacronismo, pero cuyo saldo es la voz de un joven-viejo sin una novedosa articulación con los problemas que le presenta la trama.

La pregunta por el idioma de la escritura (“Preguntarme: ¿en qué lengua escribo T? Sin duda, en argentino. Pero ¿en qué argentino?”) es válida para ambos libros, y tanto para la poesía como para la novela. Dada esta pareja de títulos de Saccomanno en el 2020, y extremando la premisa, resulta más “joven” (entendida como “nueva”) la voz de un diarista envuelto en Trakl que la de un adolescente que atraviesa la pandemia.

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 Publicada en revista Ñ (28/11/2020)

Reseña: La telepatía nacional, de Roque Larraquy

 

La telepatía nacional, de Roque Larraquy (Eterna Cadencia)

Telepatía trans contra la represión de la lengua

Por Emilio Jurado Naón

 

La incorporación de diecinueve indios de la selva peruana a un proyecto de Parque Etnográfico en Tandil, en 1933, desencadena el descubrimiento, en el propio cuerpo del ideólogo y fundador, Amado Dam, de una técnica telepática. La telepatía nacional continúa los títulos anteriores de Roque Larraquy, La comemadre e Informe sobre ectoplasma animal, y marca la cancha de la ficción científica y el humor en la novela argentina.

Se trata de una ciencia ficción con doble distancia: narra un futuro pero que no corresponde a nuestro presente histórico sino a imaginarios culturales de principios de siglo XX. El positivismo, la jerga médica, las maneras de la oligarquía, el racismo institucionalizado se vuelven cómicos a fuerza de hipérbole y absurdo, y congenian naturalmente con acontecimientos paranormales. Larraquy deriva un nuevo verosímil a partir de paradigmas científicos perimidos; su narrativa se ocupa de ampliar una imaginación pretérita que, en vez de avanzar con la Historia, se pliega sobre sí misma.


La tensión ficcional del imaginario científico no deja de formular una crítica. Pero lo más interesante de esa crítica aparece por la positiva, cuando el acontecimiento paranormal expande las categorías culturales parodiadas. Así, la telepatía, que “imaginamos como una transacción mental [y] para estos indios es una secreción, algo que se expulsa del cuerpo, como el sudor”, se vuelve una experiencia trans eminentemente corporal, que le permite a Amado Dam compartir percepciones con una de las indias durante algunas horas.

Con el evento telepático sobreviene el conocimiento de la cultura de los selváticos que incluye un relato del génesis, el fracaso de una ciudad utópica, ensayos de traducción (“un recuerdo no es el archivo preciso de una serie de fenómenos sino una temperatura del cuerpo que recalienta el aire”) y una nueva clasificación de los órganos sexuales en nueve tipos distintos.

Sin embargo, el descubrimiento de Amado Dam en 1933 sufre un giro represivo durante los años cincuenta, cuando la autoproclamada Revolución Libertadora institucionaliza la telepatía, y la utiliza para controlar y perseguir a la sociedad luego del golpe a Perón. En este punto, La telepatía nacional se vuelve explicativa por demás y pierde mucho de la frescura narrativa y el humor que despliega en los primeros capítulos. Los documentos oficiales del Anexo reponen los bruscos saltos en el tiempo, y el contexto histórico pasa de ser la materia de la que se alimenta la ficción a un mero telón de fondo.

Como si hubiera un apuro por cerrar en el final la gran apertura trabajada al inicio, la novela de Larraquy termina priorizando la explicación por sobre la narración. La técnica telepática, sus consecuencias insospechadas (un mundo paralelo que se vislumbra al repetirse el evento telepático) y la adaptación de lo paranormal a la historia argentina son, sin duda, líneas interesantes del género, pero quedan deslucidas cuando su desarrollo actúa en detrimento de los ejercicios de transculturación, transexualidad y traducción ensayados en los primeros capítulos; exploraciones, en definitiva, de un translenguaje. Dice uno de los atildados burgueses del Comité etnográfico que “la lengua tarde o temprano llega”. Como a los indios, a la La telepatía nacional, la lengua le llega más temprano que tarde; el tema sería, quizás, cómo hacer que se quede.

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Publicado en Revista Ñ - 31/10/2020

Reseña: Berisso, 1928, de Daniel Samoilovich

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