Reseña: Los días Trakl y Soy la peste, de Guillermo Saccomanno

 

Los días Trakl (Las cuarenta-La flor azul, 2020) y Soy la peste (Planeta, 2020), de Guillermo Saccomanno

¿Cómo escribir hoy?

Por Emilio Jurado Naón

 

La contigüidad, desde siempre y sobre todo en la lectura, arma series de sentido. Esto no es una novedad, pero no deja de sorprender el potencial de asociaciones (sea por similitud, sea por oposición) que se produce cuando leemos dos libros en simultáneo. En lo que va del 2020, Guillermo Saccomanno publicó dos títulos que pueden ser entendidos como abordaje literarios completamente distintos para un mismo problema: ¿Cómo escribir hoy?

La pregunta sobre cómo escribir incluye parámetros de género (el diario y el poema en Los días Tarkl; la novela de iniciación en Soy la peste), de tono (intimista y reflexivo en el primero; desenfadado y dicharachero en el segundo –sombrío en ambos), y de registro (culto para los poemas de Trakl y la filosofía germana; coloquial para el joven narrador que enfrenta la peste). “Hoy” refiere, por supuesto, al contexto actual, lo que, para Saccomanno, significa un contexto social, cultural y económicamente adverso: Soy la peste, desde el título, se engancha con la actual pandemia de coronavirus, aunque los anacronismos deliberados de la trama eluden la mímesis con el presente y establecen un diálogo desfasado con lo actual;  Los días Trakl, por su lado, reúne entradas de diario que van de mayo 2017 a mayo 2018, período durante el cual la lectura pormenorizada del poeta austrohúngaro y los ensayos de su traducción (a los que llama “transfiguraciones”) funcionan como estrategia para sobrellevar el lento traqueteo de los días en plena noche neoliberal argentina.


Se podría decir, siguiendo este razonamiento, que al cambio de contexto corresponde un cambio en la propuesta estética. Aunque, al mismo tiempo, una variación estética puede simplemente responder al capricho o al azar. Si se tiene en cuenta la trayectoria de Saccomanno como narrador, se suponer que el verdadero capricho o la apuesta verdaderamente arriesgada entre los dos libros es asumido por Los días Trakl. El propio diarista y traductor amateur de poesía se lo  pregunta en una de las entradas: “¿Estas transfiguraciones serán leídas como la imposibilidad de un escritor/narrador de comprender el hecho poético?” La mera aparición del interrogante en el libro da cuenta de un texto abierto a la duda, la inseguridad y, en parte, el impudor; características en general censuradas en literatura y que, justamente por eso, hacen del diario de lectura un artefacto potente.

Luego de sufrir la impostura de poetas cool en un festival de San Telmo, el diarista se encuentra en una librería con una nueva edición de Sebastian en el sueño: “Inexorable, mordiste o te mordió T”. La mordida del poeta expresionista, que no lo soltará por un año entero, conduce a Saccomanno por una vía de lectura intensa de poesía. Apoyado, en  un lateral, sobre la estética austríaca y alemana fundamentalmente, y, por otro costado, en la lectura obsesiva de todas las traducciones al castellano que pueda encontrar, indaga en el quehacer poético mientras, sin saber alemán, “transfigura” los poemas de Trakl en busca de un idioma a la vez ajeno y propio. Los mejores pasajes terminan siendo, sin embargo, no tanto las transfiguraciones de Trakl sino cuando el ánimo trakliano se filtra en la pluma del diarista: “Escribir como leía en mi adolescencia, el invierno en el barrio de calles de tierra, las casas bajas, la escarcha cristalizada en las zanjas bordeadas por yuyos, los atardeceres rojos, el aire fétido de los mataderos y frigoríficos, las curtiembres y una química mientras, en el silencio, se oía la campana de la iglesia”.

En efecto, el diario de lectura es una puesta en evidencia de un proceso. Y, como tal, el objetivo de traducir al poeta maldito (ejercicio que “no corresponde a la lengua germánica y su tradición sino a la nacional”) tiene sus mayores logros cuando está distraído. Hacia el final, brota el injerto, la matriz híbrida de una estética posible Trakl-Saccomanno: “Patri en el jardín. Me acerca a una planta que floreció esta mañana, una planta que era de nuestra casa natal. Se la había regalado a nuestra madre una amiga loca, una devota poseída que fue internada en el manicomio. Por el ventanuco de su celda, me contaba, veía la luz divina. Las flores son blancas. Se llaman besos, dice mi hermana”.

Ese punto de llegada no parece retomarse desde la narrativa en Soy la peste, al menos no exitosamente. El narrador tiene la edad que habría tenido Saccomanno cuando leyó por primera vez a Trakl y comienza su monólogo así: “Estaba empezando el invierno de mis dieciséis años y se venía la nieve cuando el mal atacó el quilombo”. El mal, entre concreto y metafísico, es la peste. El lugar es Buenos Aires, pero con nieve; el tiempo es ambiguo, con elementos culturales y tecnológicos que a veces remiten a la fiebre amarilla del siglo XIX y otras, a la actualidad. La jerga del narrador, también: oscila entre el lunfardo tanguero y el coloquialismo contemporáneo (“Al mal no le calentaba qué lengua parlabas”). Y es ahí, en el asunto del habla que tanto preocupaba a las transfiguraciones de Trakl, que Soy la peste da el traspié; porque, tironeado entre un habla de arrabal estándar y la jerga impostada de pibe chorro, la voz del narrador no consigue un equilibrio verosímil (ni un inverosímil que redoble la apuesta). Además de moralista (nació en un “quilombo” pero su relación con la sexualidad es ultraconservadora), el protagonista está construido con un lenguaje des-ecualizado, que quizás busca la invención desde el anacronismo, pero cuyo saldo es la voz de un joven-viejo sin una novedosa articulación con los problemas que le presenta la trama.

La pregunta por el idioma de la escritura (“Preguntarme: ¿en qué lengua escribo T? Sin duda, en argentino. Pero ¿en qué argentino?”) es válida para ambos libros, y tanto para la poesía como para la novela. Dada esta pareja de títulos de Saccomanno en el 2020, y extremando la premisa, resulta más “joven” (entendida como “nueva”) la voz de un diarista envuelto en Trakl que la de un adolescente que atraviesa la pandemia.

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 Publicada en revista Ñ (28/11/2020)

Reseña: La telepatía nacional, de Roque Larraquy

 

La telepatía nacional, de Roque Larraquy (Eterna Cadencia)

Telepatía trans contra la represión de la lengua

Por Emilio Jurado Naón

 

La incorporación de diecinueve indios de la selva peruana a un proyecto de Parque Etnográfico en Tandil, en 1933, desencadena el descubrimiento, en el propio cuerpo del ideólogo y fundador, Amado Dam, de una técnica telepática. La telepatía nacional continúa los títulos anteriores de Roque Larraquy, La comemadre e Informe sobre ectoplasma animal, y marca la cancha de la ficción científica y el humor en la novela argentina.

Se trata de una ciencia ficción con doble distancia: narra un futuro pero que no corresponde a nuestro presente histórico sino a imaginarios culturales de principios de siglo XX. El positivismo, la jerga médica, las maneras de la oligarquía, el racismo institucionalizado se vuelven cómicos a fuerza de hipérbole y absurdo, y congenian naturalmente con acontecimientos paranormales. Larraquy deriva un nuevo verosímil a partir de paradigmas científicos perimidos; su narrativa se ocupa de ampliar una imaginación pretérita que, en vez de avanzar con la Historia, se pliega sobre sí misma.


La tensión ficcional del imaginario científico no deja de formular una crítica. Pero lo más interesante de esa crítica aparece por la positiva, cuando el acontecimiento paranormal expande las categorías culturales parodiadas. Así, la telepatía, que “imaginamos como una transacción mental [y] para estos indios es una secreción, algo que se expulsa del cuerpo, como el sudor”, se vuelve una experiencia trans eminentemente corporal, que le permite a Amado Dam compartir percepciones con una de las indias durante algunas horas.

Con el evento telepático sobreviene el conocimiento de la cultura de los selváticos que incluye un relato del génesis, el fracaso de una ciudad utópica, ensayos de traducción (“un recuerdo no es el archivo preciso de una serie de fenómenos sino una temperatura del cuerpo que recalienta el aire”) y una nueva clasificación de los órganos sexuales en nueve tipos distintos.

Sin embargo, el descubrimiento de Amado Dam en 1933 sufre un giro represivo durante los años cincuenta, cuando la autoproclamada Revolución Libertadora institucionaliza la telepatía, y la utiliza para controlar y perseguir a la sociedad luego del golpe a Perón. En este punto, La telepatía nacional se vuelve explicativa por demás y pierde mucho de la frescura narrativa y el humor que despliega en los primeros capítulos. Los documentos oficiales del Anexo reponen los bruscos saltos en el tiempo, y el contexto histórico pasa de ser la materia de la que se alimenta la ficción a un mero telón de fondo.

Como si hubiera un apuro por cerrar en el final la gran apertura trabajada al inicio, la novela de Larraquy termina priorizando la explicación por sobre la narración. La técnica telepática, sus consecuencias insospechadas (un mundo paralelo que se vislumbra al repetirse el evento telepático) y la adaptación de lo paranormal a la historia argentina son, sin duda, líneas interesantes del género, pero quedan deslucidas cuando su desarrollo actúa en detrimento de los ejercicios de transculturación, transexualidad y traducción ensayados en los primeros capítulos; exploraciones, en definitiva, de un translenguaje. Dice uno de los atildados burgueses del Comité etnográfico que “la lengua tarde o temprano llega”. Como a los indios, a la La telepatía nacional, la lengua le llega más temprano que tarde; el tema sería, quizás, cómo hacer que se quede.

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Publicado en Revista Ñ - 31/10/2020

Reseña: El lenguaje es un revólver para dos, de Mario Montalbetti

El lenguaje es un revólver para dos, de Mario Montalbetti (Caleta Olivia, 2019)

El verso y la política y la rapidez de la sardina

por Emilio Jurado Naón

Desde hace ya algunos años, los libros del lingüista y poeta peruano Mario Montalbetti han ido ganando un espacio importante en la región y, particularmente, en los catálogos argentinos, a partir de cuyas publicaciones atrae con creces la atención de lectores, periodistas, docentes y promotores de la cultura. La figura de un poeta lingüista, que se ha formado con Noam Chomsky para más datos, que no le esquiva a los enunciados categóricos y al análisis político (tanto en el verso como en las entrevistas que brinda), resulta, al menos, atractiva. La reciente publicación en Argentina del libro El lenguaje es un revólver para dos es una buena oportunidad para revisar (luego de que en 2017 se dieran a conocer una antología de su obra en Huir no es mejor plan) qué hace con el lenguaje y que propone un libro de Mario Montalbetti. Leer el poemario como un artefacto en lugar de leer al autor como un consagrado antes de la consagración.


Lanzado originalmente en 2008, El lenguaje es un revólver para dos está compuesto de catorce poemas breves. Algunos coquetean con los versos pareados y la rima, pero en general se trata de poemas en verso libre. Muchos de ellos tienen su punto de partida en una reflexión (filosófica, estética, idiomática); es el caso de “Sobre la expresión ‘llevar un peso en el corazón’”, que desprende de la parodia clasicista del título una imagen sensorial como reinterpretación de la frase hecha: un peso en el corazón es, entonces, “una bolsa húmeda de aceitunas negras/ a punto de perforarse”. La nota de humor es frecuente también: una táctica de distanciamiento que permite dosificar el tono a veces solemne que llegan a adquirir las menos fluidas de estas reflexiones en verso (“el lenguaje es más rápido que el mundo.// La sardina es más rápida que el lenguaje”).

Con seguridad, entre los mejores poemas del libro se encuentra “Magnificat”, por la efectividad de sus imágenes y por ser el que más se compromete en la musicalidad del lenguaje con aliteraciones de interesantes derivas semánticas: “Después del trabajo remunerado, inmune,/ casi municipal, y de cuidar al hijo”. La atención a la forma, sin embargo, no tiene un especial protagonismo, y uno sólo de los poemas, homónimo del libro, justificaría la fama que se ha ganado Montalbetti de “trabajar en el lenguaje”; aunque más bien deje la sensación de ser el alivio formalista del conjunto (“hombre, muj/ er--hablar, hab/ lar, hasta ser/ pulpa el corazón”). Una función similar parecería perseguir el poema “Los límites”, que, leído con buena voluntad, juega el rol de poema con visión política: “El Perú limita al Norte con Chimbote/ cuyos puertos nunca supo superar”.

Desde un comienzo que se hace eco de una versión ya pesadamente melancólica de Pessoa (“su gesto se pierde en el fondo de las flores nativas,/ son verdes. Ahí está el río, inmenso, callado”) hasta el verso final, “Pero ninguna palabra sobrevive”, El lenguaje es un revólver para dos subraya la imposibilidad de decir, la preferencia por la elipsis o la expresión mínima: “Lo deseable es decir poquísimo/ Callar no es más radical”. Pero un repaso del libro, no por somero menos representativo de su escritura, muestra que el pensamiento de Montalbetti sobre el lenguaje, la poesía y la política actúa apenas en un nivel propositivo, como comentario del propio poema; cosmética vanguardista para un lirismo algo trasnochado que recauchuta términos románticos, como “amor”, “corazón”, “crepúsculos”, y los trafica vía un discurso de la novedad.

“Así terminan todos los poemas”, dice el último de ellos, “tratando de expresar con un lenguaje/ público un sentimiento privado”, y uno malicia que esta tensión entre el lenguaje público y privado, por más atractiva que suene, se anuncia como intención pero, al final, los poemas no la transitan. Prevalece, en cambio, una confianza perenne en la expresión del sentimiento privado, envuelto en su oropel de comentarios.
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Publicado en la revista Ñ el 15-02-2020

Reseña: Late un corazón, de I Acevedo

Late un corazón, de I Acevedo (Rosa Iceberg, 2019)

Identidad íntima y colectiva

Por Emilio Jurado Naón



Al nuevo libro de I Acevedo lo reviste un ánimo fundacional. La fundación de un “Ministerio de los Sentimientos” es sólo uno de tantos hitos entre los “cuentos” de Late un corazón, muchos de ellos escritos para ser leídos en público entre 2017 y 2018. La autoproclamación del ministerio supone atribuciones que condensan un quiebre, también refundacional, en la forma de escribir: en sus alcances, vínculos e intenciones. “Este es mi Ministerio. Este es el lugar donde yo me muevo, donde nos movimos, en desorden organizado, estas últimas semanas”, dice en alusión a un colectivo mayor que contiene y potencia la puesta en primera persona de I Acevedo: “Trato de hablar aquí de las formas que cada une encuentra para decir lo que siente”.

La expresión de los sentimientos, antes que una declaración de principios, funciona en el texto de Acevedo como la puesta en evidencia de una tensión: la del vínculo entre ficción, vida y política, que se traduce en el acto de contar una identidad en transición. El nombre autoral en su flamante aparición, I Acevedo, es índice de una transición identitaria generalizada (no sólo personal) que atraviesa el libro en varios niveles: la asunción de la primera persona como “modalidad de la época” para narrar porque “lejos de ser un gesto individual, es una necesidad colectiva: la de nombrarnos”; la adscripción a una trama de lucha por la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo; la intervención en una tradición literaria nacional que elabora “un pensamiento sobre la realidad política” y el distanciamiento de otras vertientes literarias que habrían dejado los sentimientos afuera del texto, y el cuestionamiento de los presupuestos de la ficción en virtud de una necesidad urgente, dado que “la grave situación social que estamos transitando hace que la ficción se vuelva obsoleta, y la narrativa, ensayística”.

Late un corazón es un texto hiperconsciente de sus medios y su fines; busca hacer de esa hiperconsciencia de la escritura no sólo su tema sino también su valor y el parámetro a partir del cual debe ser leído. Una escritura política entendida como la toma de posición pero también en la vinculación con les otres, y de ahí la necesidad de que estos “cuentos” hayan sido escritos para ser leídos en público. La persona de I Acevedo se vuelve una juntura entre lo personal y lo social; pero no son el “yo” y la expresión de sus sentimientos los que retienen la tensión, sino su “cara”, esa cara que, al volverse una cara de varón, hace visible “una violencia que me había estado impidiendo un encuentro con mi identidad” y que es, al mismo tiempo, garantía para la exposición pública de lo íntimo: “Tengo la cara dura, sí, tan dura como la de un prócer en una moneda. Pero a cambio de esta cara devaluada, tengo la ventaja de poder contar las cosas así: gratuitamente.”

Quizá la propia hiperconsciencia de Late un corazón lleva a que, por momentos, el texto se empaste en autoanálisis literarios (que lo alejan de la vena política de trinchera y lo acercan más a una jerga superficial de la carrera de Letras) o se vuelva reiterativo en referencias a sí mismo. Al contrario, el carácter insistente, vueltero, de la escritura, con arranques y retrocesos, meandros del pensamiento sobre el teclado, produce pasajes con un ritmo nuevo (como en “Doc 1”, al contrapunto de la cumbia, y en el “Diario de la borrachera”, de escritura más telegráfica) o alguna frase simple sintetizadora del sentido: “Hoy desperté de la siesta con perfume a desodorante de hombre”.

Sabemos que el sentimiento, si escrito, siempre va a ser una construcción; no por construcción, menos verdadera. Pero la nueva apuesta de I Acevedo apunta a refundar el estatuto y la circulación de esos sentimientos; por un sentimiento que involucre, también en la literatura, una identidad íntima y colectiva.

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Publicado en Ñ (04-01-2020)

Reseña: Degenerado, de Ariana Harwicz

Degenerado, de Ariana Harwicz (Anagrama, 2019)

Entre la libertad y el discurso del odio

Degenerado es la cuarta novela de Ariana Harwicz y, ya desde el título, propone ciertas continuidades y divergencias en su trayectoria. La enunciación de una patología (o de un juicio moral, según cómo se lo mire) que caracteriza desde el vamos a la voz narrativa emparenta este nuevo título con las anteriores Precoz y La débil mental, a lo que se suman el monólogo interior verborrágico, el fraseo caótico y no lineal, la apuesta por construir imágenes intensas y el protagonismo de los cuerpos desde su perfil más abyecto como características en común de lo que a esta altura ya constituye un estilo de autor. La principal novedad de Degenerado no es menor, sin embargo, y consiste, como señala Harwicz en varias entrevistas, en asumir, después de una sucesión de tres narradoras femeninas, el desafío de virar el eje y articular el texto a partir de una voz masculina.

Desde la primera frase (“La mente es como un trineo inmundo que nos arrastra por malos caminos dejando huellas parra que nos atrapen, callate y decí por qué la manoseaste, por qué la infiltraste en tu casa para enseñarle sobre las aves y las abejas”), la voz que reflexiona, recuerda, se defiende, incorpora o ataca las alocuciones de sus acusadores es la de un anciano francés, presunto pedófilo, que recorre la parábola completa del escrache público, la captura, el juicio y la condena, a lo largo de la cual aprovecha para despotricar contra la moral burguesa y la hipocresía de un sistema que, afirma, lo usa como chivo expiatorio de su propia decadencia. "Ahora el sexo desviado es el gran enemigo porque rechaza al sistema"; "a veces el que parece pederasta de base es un necesitado, un ignorante, un ruinoso"; "voy a lanzar a la tribuna que hay que animarse a pensar menos en el violador como un monstruo y más en el acusador como un experto ventrílocuo" son algunas de las invectivas que el narrador de Harwicz enarbola mientras adopta una postura a caballo entre el malditismo, la incorrección política y la disidencia.

Por momentos, el envión verbal de Degenerado parece conformarse apenas con una reedición del ya clásico gesto de “espantar al burgués” (las loas indistintas a Stalin y Videla dan cuenta de un efectismo que no se preocupa mucho por construir una postura verosímil del personaje, sino que funcionan más bien como hashtags para una provocación a la norma biempensante en esta y aquella orilla del Atlántico); por el contrario, la novela tiene pasajes más orgánicos, en los que se afirma la apuesta (deudora de Beckett, tal vez) de seguir adelante sin importar los obstáculos ni las contradicciones. Antes bien, el narrador impugna la restricción educada del buen decir ("hablar es una cuestión de rigor, hay que reprimir, hay que guardarse, hay que ajustar el cinto de las palabras, gobernar el timón, seleccionar lo que se piensa y tener el coraje de descartar cada palabra que no sea justa") y solo busca, en su infatigable verborrea, "seguir un razonamiento hasta el final".

En esta puesta teatral de uno solo hombre (que cada tanto filtra las acusaciones de inmoralidad con las que lo acosan los miembros normales de la buena sociedad), lo menos interesante resulta ser la construcción misma de la escena de juicio, que, aunque fragmentaria, se aferra de todas maneras a un concepto explicativo de la situación, que busca esclarecer, muy a pesar de la novela (y quizá por miedo a que el lector distraído pierda la moraleja) los “datos duros” de la trama. Lo mejor, en cambio, son la potencia de la frase (con apotegmas filosos: "Los lazos familiares son un problema mental") y de la imagen (“al señor esposo le gustaba meter los dedos en el sexo de sus cerdas, revolverlos ahí, estimularlas, chupetearlas y tener idilios anales con su mujer en el fango al mismo tiempo”), que cada tanto se destacan en el flujo verbal. La libertad, si no libertinaje, en las torceduras de la sintaxis, cuando aparece, se vuelve también una de las apuestas más interesantes de Harwicz (“Palillo jugoso, arma oxidada, pato contagiado tengo de pelotas yo. Yo me escaqueé. Yo me tabarreé. Alrededor de la medianoche y gira y nunca se salda”), aunque queden algo deslucidas por la heterogeneidad léxica que entremezcla términos ibéricos con argentinismos (sospecha de mala mano editora o aspiración autoral de mojar, de vuelta, un poco en cada continente) y resta carácter a la voz de su degenerado.

Cabría preguntarse, finalmente, si la puesta en escena de un personaje abyecto, pretendidamente inmoral y anormal (según el modelo hegemónico) no abona, paradójicamente, al pensamiento moralista sobre la literatura. En definitiva, lo más desafiante de la narrativa de Harwicz viene por el lado de la sintaxis, mientras que la trama, el tema y el título se diluyen en la intención de un golpe de efecto. Por otro lado, en un contexto en que el racismo, la misoginia y el fascismo se sientan en el sillón presidencial de países como Estados Unidos y Brasil para twittear sus resoluciones de gobierno, el discurso de Degenerado pierde todo el atisbo de marginalidad o disidencia que su narrador puja por representar. Cuál sería la novedad o el interés de impostar ese discurso del odio cuando es una pesadilla que detenta el micrófono a diario, tanto en medios masivos como en redes sociales, no queda en claro; y, en cambio, abre la pregunta acerca de si no sería más desafiante, tanto para el lector medio como para la narrativa contemporánea, trabajar en la trama de una ideología alternativa: ni la hipocresía socialdemócrata ni el nuevo fascismo de libremercado.

Publicado en La Capital (05-01-2020): https://www.lacapital.com.ar/cultura-y-libros/entre-la-libertad-y-el-discurso-del-odio-n2554124.html

Reseña: Otoño alemán, de Liliana Villanueva

Otoño alemán, de Liliana Villanueva (Blatt&Ríos, 2019)

Berlín entre fronteras estéticas

En los treinta años que pasaron desde la caída del Muro de Berlín, han cambiado en el mundo muchas más cosas, y más importantes, que la técnica de dibujo a mano para los planos edilicios. Sin embargo, después de leer Otoño alemán, de Liliana Villanueva, queda la impresión de que la arquitectura (las minucias técnicas y los roces sociales del oficio; sus avatares y las ventajas que ofrece) constituye la disciplina predilecta, si no la única posible, para procesar la experiencia de la reunificación alemana, símbolo de un cambio de época a nivel global.

“¡Prendé el televisor y mirá lo que está pasando! ¡El mundo está cambiando a pocas cuadras de tu casa!”, le dice por teléfono su novio alemán a la cronista veinteañera, argentina de nacimiento que, apenas recibida de arquitecta, se radica en Berlín Occidental para trabajar en un estudio prestigioso. Y la conjunción de lugar y momento preciso, en noviembre de 1989, son apenas algunas de las coordenadas que, junto con el dominio del idioma, una personalidad afable, contactos personales, disponibilidad de tiempo y (podría adivinar el lector) cierta facilidad económica, configuran un personaje de cronista privilegiada para narrar la época. Aunque no está a la zaga de primicias, la reconstrucción que lleva adelante Villanueva es la de una ciudad-prisma. Porque visita ambos hemisferios de Berlín (y de las dos Alemanias) antes y después de la caída del muro, pero sobre todo porque lo hace a partir doble juego del ojo (puesto en el detalle urbano: “Las autopistas de la RDA eran de asfalto de mala calidad, en gran parte hechas con placas de cemento prefabricadas con juntas de un material flexible que se resecaba y se estropeaba con el cambio de clima hasta desprenderse con el paso de los autos y el peso de los camiones arrastrando pedazos enteros de hormigonado asfáltico”) y el oído (estimulado por una imaginación que trabaja en el tráfico de sentidos de un idioma a otro: “¿Cómo puede la guerra ser un sustantivo masculino? La guerra está representada para mí por una madre que sufre, pero cuando escucho la misma palabra en alemán, der Krieg, pienso en un soldado que cae en batalla en un campo helado”).

Villanueva es consciente de los riesgos que implica su tema, como lo evidencia la “Breve lista de lugares comunes” un modo inteligente de incorporar al relato (y, a la vez, deshacerse de) las abundantes frases cristalizadas acerca del significado del muro de Berlín. La propia cronista se ve tentada por algunos clichés liberales sobre el socialismo, el carácter “hermético y cerrado del Bloque del Este, que también era Europa pero en otros tiempos, como perdida en el tiempo” y su “pueblo dormido, país anestesiado”, pero por momentos consigue contradecir la propia ideología y abrir el juego del punto de vista único mediante artilugios narrativos que enriquecen el relato: “Nuestros pasajeros parecían tan abiertos comparados con la gente en ocasiones hermética que habíamos encontrado aquella semana en el Este, se comportaban de una manera tan naturalmente cosmopolita que no se nos pasó por la cabeza que pudieran ser orientales”.

Suerte de cuaderno de viaje potenciado, Otoño alemán consigue extraer un plusvalor de las vivencias ocurridas treinta años atrás gracias a un muy buen manejo de la escena como condensador narrativo (que desarrollan un complejo de tensiones a partir de una situación específica o incluso de una imagen, como las paralelas blancas trazadas sobre un plano) y la colección de anécdotas y personajes curiosos. En un contexto en el que el testimonio de primera mano y la estética de lo inmediato amenazan con fumigar los matices de la ficción, Liliana Villanueva aborda una serie de situaciones del pasado sin abandonar el campo de la crónica y la autobiografía, pero esgrimiendo estrategias narrativas propias de la novela.

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Publicado en Ñ / Clarín (29-12-2019)

Reseña: Berisso, 1928, de Daniel Samoilovich

Berisso 1928. La vida futura Daniel Samoilovich Bajo la Luna, 2023 Berisso 1928. La vida futura de Daniel Samoilovich (Buenos Aires, 1949) ...