Las malas conserva la organización en entradas breves propia de la escritura de Blog que dio origen a este texto y relata de manera fragmentaria la época en que la diarista de dieciocho años viajó de Mina Clavero a la ciudad de Córdoba, donde comenzaría, de día, sus estudios universitarios como varón, y de noche, como Camila, encontraría un espacio de pertenencia entre las travestis del Parque
Sin abandonar el carácter testimonial, Sosa Villada mezcla asuntos y géneros literarios en las entradas de su diario. La infancia bajo el terror de un padre violento y las situaciones límite como prostituta en la capital se abordan desde un realismo seco, a veces cercano a la crónica y otras veces plantado en la denuncia que enarbola una épica trans: “No pueden mirar otra cosa. Eso logramos las travestis: atraer todas las miradas del mundo. Nadie puede sustraerse al hechizo de un hombre vestido de mujer, esos maricones que van demasiado lejos, esos degenerados que acaparan las miradas”. Si bien justificados y constituyentes del núcleo político de Las malas, estos pasajes se vuelven repetitivos con el correr de las páginas. La enumeración catártica de su fraseo (proveniente tal vez de la plataforma Blog) se vuelve monótona, diluye la fuerza con la que empieza el libro y le roba protagonismo al otro género, mucho más proteico, con el que convive: la ficción trans en aquel estilo personal “de pena fosforescente”.
La fantasía se vuelve clave para narrar a los mejores personajes de la comunidad, como los Hombres sin Cabeza, veteranos de guerras africanas codiciados por las travestis de Córdoba, o La Tía Encarna, de ciento setenta y ocho años, y moretones en la piel consecuencia del “aceite de avión con el que había moldeado su cuerpo, ese cuerpo de mamma italiana que le daba de comer, pagaba la luz, el gas, el agua para regar aquel patio hermosamente dominado por la vegetación, aquel patio que era la continuación del Parque, tal como el cuerpo de ella era la continuación de la guerra”. En otras y otros cuerpos, el devenir de hombre a mujer encuentra una superación (un exceso) y traspone el límite entre las especies: una triste y paulatina mutación de María la Muda en pájaro comparte pasillos con las noches de vigilia para cuidar a Natalí, que, convertida en lobizona con cada luna llena, “era como la menstruación de nuestra manada”.
Aunque más cerca de Gabriel García Márquez que de Copi o Pedro Lemebel, la narrativa de Sosa Villada enuncia con voz singular la experiencia de una vida, y las penas y glorias de la identidad trans contemporánea, sin abandonar ni la perspectiva colectiva ni la conciencia de clase. Porque es clara y asumida la identidad proletaria desde donde escribe Camila, y se pone de manifiesto, muchas veces, por contraste, como en la visita de un grupo de travestis de ocasión, pertenecientes a familias acomodadas de Córdoba, quienes “vestidas con las blusas elegante de su madre, tocadas por el halo de la perfumería más exquisita, venían a recordarnos la miseria de nuestras raíces: el plástico de nuestros manteles, la debilidad amarilla de nuestros muebles de pino, lo grasosas que eran esas colchas que habían cubierto a todos nuestros antepasados antes de cubrir nuestros cuerpos”.
Aunque, por problemas de selección y edición, la rueda del relato quede girando en el aire en algunos pasajes, el carácter testimonial y la voluntad de manifiesto de Las malas garantizan su buen funcionamiento como libro, y Sosa Villada logra poner en primer plano el problema de forjarse una identidad mediante la constitución de una voz, que habla de sí cuando narra una comunidad y recuerda un colectivo de personas cuando cuenta la propia historia.
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Publicada como "El testimonio trans y su catarsis" en Revista Ñ (04/5/2019)
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