El alma de las colinas…, de Derian Passaglia

Tres jóvenes poetas visitan Juan L. Ortiz en Paraná. El viaje se complica cuando son invitados a un asado en lo de su amigo Juan José Saer, quien, con una insoportable conversación entrecortada, se revela como un robot programado por el gobierno de Francia para acabar con Juanele y robarle su talento. Así, la primera novela de Derian Passaglia, El alma de las colinas…, genera ficción a partir de un mito universal (el peregrinaje del artista en ciernes en busca del maestro en su retiro) pero en clave local, históricamente datada; ya que las visitas a Juanele fueron muchas y durante varias décadas, hasta convertirse en un viaje obligado para los nuevos poetas.

Quizás uno de los últimos episodios de tal mito argentino fuera aquel de 1976 en el que los viajeros (César Aira, Héctor Libertella y Tamara Kamenszain), entre chismes y teoría estética, terminaron pasando a máquina algunos poemas del maestro. En la novela de Passaglia también son dos porteños (una chica y un chico) y un rosarino quienes buscan a Juanele y se saben sus versos de memoria; y el anacronismo de que jóvenes, por su manera de hablar, ostensiblemente contemporáneos convivan con Juanele, convive a su vez con una trama en la estela de Aira.

Pero lo más interesante de El alma de las colinas…, además de una prosa fluida, satírica, que homenajea, vía mímesis, el fraseo del maestro paranaense, es que se traba en un intríngulis de la tradición literaria reciente: ¿quién continúa a Juanele? ¿Saer o... Aira? El antagonismo conocido de estos dos autores es una excusa que asume Passalgia para inventar una aventura y plantarse, él a su vez, en la línea entrecortada de la serie literaria argentina.

Publicado en La Nación el 27 de mayo de 2023

El alma de las colinas…, de Derian Passaglia

Blatt&Ríos, 2023

144 p.

Lo que sobra, de Damián Tabarovsky

En Lo que sobra, Damián Tabarovsky retoma algunas ideas de sus ensayos anteriores Literatura de izquierda y Fantasma de la vanguardia, y las contrasta con la escena social, política y artística contemporáneas. Si el enemigo se radicaliza, el crítico debe radicalizar de sus preceptos. Y es esto lo que hace Tabarovsky al plantear que vivimos en una “guerra civil solapada” del capital contra la población, en la que la lengua oficial no deja resquicio para siquiera nombrar aquello que deja afuera. En arte así como en política, la operación clásica de la vanguardia fue llevar lo marginal al centro; hoy esa estrategia se vería obstaculizada por el simple hecho de que “lo que sobra” se habría vuelto irrepresentable, sin entidad.

El género “estado de situación” cada vez es menos visitado, pero Tabarovsky lo despliega de manera impecable, en gran medida fundamentado en la tesis de Silvia Schwartzböck sobre la “vida de derecha”, macro dentro del cual se ven obligadas a operar todas las expresiones políticas y estéticas desde la dictadura (la bibliografía teórica de Tabarovsky es amplia y ampliamente europea, pero esta inclusión de la filósofa argentina, junto al brasileño Guilherme Wisnik, es una feliz excepción).

Lo que sobra despliega, en términos generales, una crítica al progresismo y a su contracarta intelectual, el “vanguardismo académico”, que enseñan a escribir buenas novelas, entretenidas y vendibles. En lo particular, su propuesta apunta a construir una lengua dentro de la lengua establecida (a modo de “un caballo de Troya”); instalar una literatura del derroche opuesta a la de acumulación; a jugarse por la una sintaxis quebrada, una “forma de lo informe” que permita vislumbrar “entre la niebla” aquella figura que el mismo status quo condena a la anomia. Si bien queda por verse en qué medida estas consignas serían o no pasibles de absorción por parte del mismo vanguardismo académico que ataca, es interesante el intento por poner en crisis la propia escritura ensayística: notas dentro de notas al pie que contradicen o ponen en duda el cuerpo del texto, y un capítulo acerca de una ética del “sin embargo” hacen de Lo que sobra un texto, si bien no tan quebrado como la sintaxis que reclama, sí más abierto que los ensayos precedentes.

El diagnóstico Tabarovsky es certero y actualizado; la prescripción, tal vez, algo conocida. Aunque es presumible que no todo ensayo quiera tratar casos puntuales y contemporáneos (¡la distancia teórica!), se echa de menos en Lo que sobra un abordaje de la poesía argentina de las últimas décadas, cierta facción de la cual viene trabajando con una lectura de situación similar e indagaciones formales de avanzada.

Publicado en La Nación el 20 de mayo de 2023


Lo que sobra, de Damián Tabarovsky

Mardulce, 2023

Simular ser uno mismo, de Philip Larkin

Nos encanta escuchar a los artistas hablar de arte, sobre todo a quienes consideramos mejores en su disciplina; pero lo cierto es que son pocos quienes dicen algo de valor, algo que realmente supere o profundice la experiencia ya provista por su trabajo estético. Lo anterior podría formularse de otra manera (más despechada): los artistas jamás revelan sus secretos. Y eso es lo único que queremos.

Philip Larkin no es la excepción, y las prosas reunidas en Simular ser uno mismo parecen sugerir que el poeta inglés se divierte simulando su jocosa y largamente granjeada imagen de cínico displicente cuando se lo interroga por el quehacer poético. Pero, a pesar de la parquedad y el desgano, en estas entrevistas, columnas de opinión, poemas propios comentados, perfiles (de Auden y Hardy) y otros opúsculos, Larkin desgrana algunos secretos, dádivas al lector adicto; si no sobre cómo escribe sus poemas (qué benévola traición se puede esperar del que avisa: “Nunca he afirmado saber exactamente cómo o por qué escribo poesía: me parece un oficio que la autoconciencia puede fácilmente malograr”), al menos sí sobre cómo piensa la poesía. O sea: cómo lee.

Larkin es un lector que cree en la tradición. En parte por asumirse conservador y en parte por entender la literatura en términos de serie histórica, que cambia con la alternancia de generaciones, nombres propios y modas: “Después de pasar por un período de poesía épica, llega un período de poesía lírica; a un período de sátira, le sucede un período de romanticismo. Ya tuvimos un período de poesía bastante intelectual, podríamos estar viviendo un período de modestos poemas personales”. Falsa modestia aparte y cincuenta años después, ¿no volvimos a vivir un período de “poemas personales”? En este punto cabría hacerse la pregunta de qué significa leer a Larkin hoy, en América latina. Las palabras preliminares, del también traductor del libro Gonzalo Rojo, contextualizan muy bien el primer desembarco del británico a nuestro país: a través de Diario de Poesía y bajo traducción de Marcelo Cohen. Pero una caracterización de la época (el medio en que salió y los lectores a los que iba dirigido) sería de gran utilidad para apreciar el alcance que tuvo en un inicio la poesía de Larkin en el sistema literario argentino y, quizás, la oportunidad de debatir la actualización de su lectura.

Lo que sin duda es una constante, por lo menos desde los sesenta hasta ahora, es la irritación que genera en todos, siguiendo a Larkin, la impostura del poema; esa “actitud poética” que “debe estar respaldada por una poesía increíblemente buena para que no te fastidie”. Es entonces cuando entra a jugar la innovación; contra la idea más extendida, se desprende de estas misceláneas que en poesía son más prioritarios los temas que el estilo. La incorporación de temas que hasta el momento no son considerados poetizables contribuiría a la “amplitud del registro poético” (expresión que usa al referirse a John Betjeman). Una mayor conciencia de los temas en poesía (los ya manidos; los innovadores) sería un asunto atractivo de someter a discusión; incluso a fuerza de que lleve a pensar en qué medida los propios temas de Larkin, en su momento novedosos (la decadencia individual y social, la crítica a la familia, lo anodino de la vida moderna), continúan en boga y reclamen ya, consecuentemente, una nueva ampliación.

El honesto pragmatismo que se desprende de Simular ser uno mismo resulta finalmente lo más nutritivo del volumen. Incluso la definición sobre la poesía que Larkin suelta a regañadientes registran una evolución a lo largo del tiempo y con la sucesión de los textos: al comienzo la plantea como una forma de conservar una experiencia única a través de un dispositivo verbal con la finalidad de transmitirla a terceros y luego ese afán de preservación es sustituido por el principio de placer: “lamentablemente, escribir bien conlleva disfrutar lo que se está escribiendo”.

Publicado en Ñ el 17 de mayo de 2023.


Simular ser uno mismo

Philip Larkin

Trad: Gonzalo Rojo

Hola & chau, 2023





Pombero, de Marina Closs

El concepto de voz en literatura está demasiado a mano, o demasiado manoseado. Encontrar una voz propia es lo que buscan los poetas; construir una voz, lo que quieren los narradores; dar voz a los que no la tienen, el colmo del progresismo bienintencionado. Esquizofrénica, la vulgata literaria oye voces por todos lados y la idea amenaza con convertirse en un nuevo cliché editorial, sin una particular preocupación por desgranar, en definitiva, cómo se fabrica una voz y qué implica hacerlo.

En Pombero, Marina Closs elabora un lenguaje rico y dúctil que le permite adoptar inflexiones marcadamente distintas en cada uno de sus siete cuentos. Y si bien es verdad que muchos de los protagonistas asumen la primera persona para contar, no es tanto el estilo o el léxico lo que los singulariza sino la invención de una gramática propia. Es siempre el castellano, pero abierto en una panoplia de matices que le escapan, con sutileza, tanto al imperio de la lengua canónica como al corset naturalista del dialecto. ¿Cómo habla Suzumushi, la masajista japonesa de Los Helechos? “Tengo la casa de madera con muchas ventanas y en la casa las orquídeas que se abren pequeñas como ojos de borrachos”. ¿Cómo habla Juan Pablo Jabalí Ŷalopi, joven erróneamente llamado mataco, en la bisagra de la transformación cultural? “Lo que hacía el salteño rengo era malo, pero vino a ayudarnos y, por eso, nuestros padres lo respetaron. Los blancos trajeron viruela. Comenzamos a enfermarse”. La delineación del narrador en singular se produce a partir de una cuidadosa sintaxis y una gramática apenas irrespetuosa; casi temerosa de tirar abajo el idioma, en un descuido o por exceso de confianza.

“En la cara de una persona se expresa siempre algo. Pero no es exactamente lo que uno quisiera. Entonces, más que expresarse, se escapa. Para expresarse, en cambio, el maquillaje es más exacto”, reflexiona Rosita, la peluquera trans que le huye al humo del cigarrillo. Así también los relatos de Marina Closs se tensan entre el artificio y lo espontáneo; maquillaje y rostro, lo que se construye a conciencia y lo que brota solo. Porque en Pombero la orfebrería de la frase se pone al servicio de un solo objetivo (que siempre puede fracasar): la aparición del personaje. Estos relatos son ejercicios de invocación y por eso están plagados de nombres: Pombero, Rosita, Rosito, Suzumushi, Marioka, Lindsay Sorotko, Dunka, María das Luzes. En el vocativo se dirime la emergencia de una identidad o su desvanecimiento; quizás a eso se debe la frase que forman los títulos de cada relato: “Si yo fuera alguien/ No sería/ Esto/ Nunca y tampoco/ Lo otro/ Quizás mejor/ Casi nadie”.

Dicen que Pessoa inventó a sus heterónimos leyendo a Shakespeare: una caja negra de personalidades atrapadas en su manera de hablar. Y algo de teatral se reproduce en los relatos de Pombero, en los que la narración se adelgaza sobre el esqueleto del habla hasta no ocupar casi espacio. Cierta incomodidad con el poder de la expresión, como la que experimenta la bella Marioka, de una belleza tan insoportable que, no solo no encuentra quien quiera casarse con ella, sino que termina vendándose la cabeza. Pero también cierto aquilatamiento de tal poder: la noción de que mientras más se afina el lenguaje más se afila.

En la nota final Marina Closs entona una nota baja (un detalle, casi un descuido) en la que consigna que el libro “se nutre de textos y formas orales de mi territorio y no tiene otra pretensión de realidad que la de alzar una pequeña voz de miedo ante el tiránico español monótono”. La idea de la voz cobra cuerpo al oponerse a la lengua monolítica y anclarse en un territorio inventado: no para practicar la mímica de un regionalismo (que puede ser tan conservador como el colonialismo de la RAE), sino como médium de identidades posibles, entrevistas, ensayadas sobre tablas.

Publicada en Ñ en mayo de 2023


Pombero, de Marina Closs

Páginas de espuma, 2023

Apuntes sobre TRINCHETA de Juan Rocchi

Yo también fui joven, como Dillom. Y mientras eso (la juventud) ocurría, y mientras en la primera década del siglo se publicaban carradas de...