Leandro Ávalos Blacha escribe como se escribía hasta hace muy poco, cuando no era tan importante pegarla. ¿Qué quiere decir eso? Que escribe sin agenda; o mejor, con su propia agenda. Ya en su título, Los Quilmers condensa al menos tres aspectos de una narrativa argentina a la vez creativa, crítica y fresca que, en contraste con novedades recientes en las que se lee más una especulación del mercado editorial que un compromiso con el ejercicio de la ficción, ya se empezaba a extrañar. Tres decisiones confluyen en el título: delimitar el territorio geopolíticamente periférico desde donde se escribe (Quilmes); traficar, vía el gentilicio británico, la analogía con la colonización kelper de las Islas Malvinas; dar la clave humorística, un homenaje a la cultura popular que formó a un puñado de generaciones argentinas, en la que se entonan sus relatos (Los Simpsons en Bernal, pero más descarnados; o quizás el cinismo de Southpark sea la influencia más justa).
Las aventuras de Quilmes bajo invasión involucran personajes y situaciones diversas. Un antiguo participante de “La voz argentina” es el primer sobreviviente de la catástrofe y alcanza el estrellato cantando un tema sinsentido pero hechizante que los marcianos presumiblemente le inocularon. Un “visitante” de apariencia púber entabla contactos algo más que cercanos con las vecinas de Bernal hasta que el oficial, que en un inicio lo rescató, termina planificando su asesinato durante la fiesta del barrio. Una espía retirada descubre el paradero del líder de la rebelión quilmense en un reducto de la nueva Caracas, en Los Altos Quilmers, pero antes debe liquidar al alienígena que se ha infiltrado en su intimidad bajo la forma de un fiel compañero. Un grupo de padres se debate entre alentar el éxito de su prole en una competencia universal o denunciar la pichicata que hizo de los jóvenes atletas unos monstruos hipertrofiados.
Mientras, en Crónicas marcianas, Ray Bradbury solo pudo imaginar la vida en el planeta rojo como una progresiva colonización blanca que convirtió el astro en un melancólico Edén reloaded bajo la égida del sueño (anglo)americano, la imaginación de Ávalos Blacha trasunta la misma estructura pero alterando los roles de invasores e invadidos; lo cual termina por conjugar la tradición heredada del antecesor yanqui con la del rioplatense Eternauta (la rima de Juan Cano, líder de la resistencia de Quilmes, con el protagonista de Oesterheld no es casual).
Pero lo mejor de la prosa de Ávalos Blacha sin dudas es el humor negro, la parodia humana en la voz y figura del “vecino de al lado”, construida a partir de una incisiva sensibilidad hacia los mínimos gestos que hacen de nosotros seres ridículos y desprotegidos. Desde la explotación farandulera hasta la violencia institucional, pasando por los tejemanejes municipales y las miserias mínimas en matrimonios, amistades sexagenarias y ámbitos escolares; Los Quilmers narra, en capítulos autónomos y mediante un fraseo telegráfico, el apogeo y la catástrofe de una invasión extraterrestre que, además de divertirse abusando de la humanidad, se mimetiza con ella, coopta sus dispositivos de poder e instala canales de televisión intergaláctica para obtener raiting sometiendo a los quilmenses a competencias inmisericordes y dudosos programas de work and travel en Marte para los terrícolas desocupados.
El recurso mediante el cual la ficción científica crea un mundo posible como alegoría de las injusticias presentes tiene en Los Quilmers una versión conceptual que reduce al límite la distancia entre realidad y ficción: la colonización militar y cultural de los “visitantes” es equivalente a la colonización de los terrícolas sobre sus congéneres; los vicios alienígenas son tan indistinguibles a los humanos que, luego de apropiarse de las identidades terrícolas, apenas se diferencian de nosotros e imitan perfectamente, en la tierra, nuestra apacible comedia.
Publicada en revista Ñ el 20 de junio de 2023.
Los Quilmers
Leandro Ávalos Blacha
Caballo negro, 2023
Miseria, de Dolores Reyes
Después de su exitoso debut literario Cometierra, Dolores Reyes continúa las aventuras de su protagonista homónima en la secuela Miseria y proyecta (dentro de las coordenadas de crítica social y de género, y el policial sobrenatural) una saga con todas las aptitudes para convertirse en serie de plataformas.
Peleada con su don (que le permite rastrear la ubicación de mujeres abducidas a través de la ingestión de la tierra que alguna vez pisaron o tuvieron cerca), en esta segunda parte, Cometierra se ha mudado del conurbano al barrio porteño de Flores, donde el suelo natural no abunda aunque sí los carteles de chicas desaparecidas. “Acá tu don es oro”, le repite Miseria, su amiga y cuñada, que, a la espera de su primogénito, intenta convencer a la médium de que retome la búsqueda a las víctimas de la trata o de violencia misógina. El maltrato hospitalario, la explotación laboral, la educación sexual, los conflictos familiares de diverso tipo e incluso la adolescencia queer son algunos de los temas que la novela toca lateralmente mediante una narración alternada entre Cometierra y Miseria, y es recién hacia el final que termina de delinear la figura de la antagonista concreta que está detrás de las abducciones en el barrio: una vidente macabra para quien la misión de Cometierra representa una amenaza a destruir. Pero el enfrentamiento final con la bruja del ojo azul no se resuelve en Miseria, cuyo dilatado desarrollo apenas comprende la aceptación por parte de la heroína de su poder singular y de las deudas que aún le esperan en Pablo Podestá (dar con los cuerpos de Florensia y la seño Ana), sino que parece quedar aplazada para una eventual continuación que complete la trilogía.
Con un lenguaje llano y coloquial, Miseria es menos entretenida que Cometierra pero sí más pareja en su hechura. La trama y sus reveses se desenvuelven de a poco, dejando lugar para episodios secundarios, como fiestas de cumpleaños, un parto hogareño, los primeros pasos y palabras del recién nacido Pendejo (sic) y ocasionales escenas de sexo ATP; escenas quizás pensadas como contrapunto para aligerar en parte el drama de los femicidios.
Consciente del plano social que trabaja en su ficción, Dolores Reyes da forma a un personaje colectivo, con anclaje inmediato en la realidad de los lectores, compuesto por mujeres de diversas edades, procedencias culturales y estratos sociales, que hacia el final de Miseria se organizan contra la violencia de género. Esta aparición de colectivos organizados, que no estaba tan presente en la novela previa, de alguna manera libera al personaje Cometierra a seguir su aventura en una clave menos policial y cada vez más cercana al fantasy y ficción juvenil.
Peleada con su don (que le permite rastrear la ubicación de mujeres abducidas a través de la ingestión de la tierra que alguna vez pisaron o tuvieron cerca), en esta segunda parte, Cometierra se ha mudado del conurbano al barrio porteño de Flores, donde el suelo natural no abunda aunque sí los carteles de chicas desaparecidas. “Acá tu don es oro”, le repite Miseria, su amiga y cuñada, que, a la espera de su primogénito, intenta convencer a la médium de que retome la búsqueda a las víctimas de la trata o de violencia misógina. El maltrato hospitalario, la explotación laboral, la educación sexual, los conflictos familiares de diverso tipo e incluso la adolescencia queer son algunos de los temas que la novela toca lateralmente mediante una narración alternada entre Cometierra y Miseria, y es recién hacia el final que termina de delinear la figura de la antagonista concreta que está detrás de las abducciones en el barrio: una vidente macabra para quien la misión de Cometierra representa una amenaza a destruir. Pero el enfrentamiento final con la bruja del ojo azul no se resuelve en Miseria, cuyo dilatado desarrollo apenas comprende la aceptación por parte de la heroína de su poder singular y de las deudas que aún le esperan en Pablo Podestá (dar con los cuerpos de Florensia y la seño Ana), sino que parece quedar aplazada para una eventual continuación que complete la trilogía.
Con un lenguaje llano y coloquial, Miseria es menos entretenida que Cometierra pero sí más pareja en su hechura. La trama y sus reveses se desenvuelven de a poco, dejando lugar para episodios secundarios, como fiestas de cumpleaños, un parto hogareño, los primeros pasos y palabras del recién nacido Pendejo (sic) y ocasionales escenas de sexo ATP; escenas quizás pensadas como contrapunto para aligerar en parte el drama de los femicidios.
Consciente del plano social que trabaja en su ficción, Dolores Reyes da forma a un personaje colectivo, con anclaje inmediato en la realidad de los lectores, compuesto por mujeres de diversas edades, procedencias culturales y estratos sociales, que hacia el final de Miseria se organizan contra la violencia de género. Esta aparición de colectivos organizados, que no estaba tan presente en la novela previa, de alguna manera libera al personaje Cometierra a seguir su aventura en una clave menos policial y cada vez más cercana al fantasy y ficción juvenil.
Publicada en La Nación el 10 de junio de 2023.
Miseria
Dolores Reyes
Alfaguara
Alfaguara
336 páginas
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