La infancia del mundo, de Michel Nieva

En muchos casos, la literatura de ciencia ficción afila sus herramientas en la imaginación técnica para imaginar alegorías políticas que critiquen los aparatos de poder, y en esa tesitura elaboran mundos posibles. En La infancia del mundo, de Michel Nieva, el ejercicio del género pone por delante de manera subrayada la crítica a ciertos rasgos del capitalismo global contemporáneo como el cambio climático, la especulación financiera y la industria farmacéutica, el extractivismo, la gentrificación, e incluso la violencia infantil y la desigualdad social.

La expresión que encuentra este esquema político en la novela de Nieva ha sido descrita como “delirante”, pero más bien es heredera de la literatura pulp, el grotesco y el cine gore en una modulación que busca ser humorística. En La infancia del mundo corre el año 2272, la temperatura promedio del planeta es de 40°C y la geografía ha sufrido grandes cambios con el derretimiento de los cascos polares. Un proletario y mutante niño mosquito comienza una matanza en Victorica, que se extiende en matanza humana general cuando descubre que su nacimiento es producto de un experimento corporativo sobre capas marginales de la sociedad con el fin de especular sobre el mercado de “virofinanzas”. En paralelo, el Dulce, capo de la clase y devoto del videojuego Cristianos vs. Indios, se roba una misteriosa piedra en el mercado negro del Caribe Pampeano y toma contacto con La Gran Arcana (un ente milenario escondido en el Polo Sur). El encuentro final entre ambos personajes desata un caos universal más parecido al reseteo de una computadora que a un apocalipsis.

Quizás por la relativa complejidad de la trama (aunque, ¿qué calificativo quedaría para Pynchon?), tal vez para adelantarse a la posibilidad de un lector distraído o a causa de un simple descuido editorial, la novela de Nieva es agotadoramente repetitiva tanto de las acciones como de las razones que mueven a cada personaje. La explicación del mundo futuro prepondera sobre la elaboración de la trama (que muy rápido se vuelve una sucesión de asesinatos idénticos) y los aspectos de esa sociedad distópica tampoco resultan muy ocurrentes: la postulación improbable de que su protagonista no entienda las palabras “nieve”, “frío” e “invierno” porque nunca los experimentó es menos inverosímil que el hecho de que, en pleno siglo XXIII, acuda a consultarlas en un diccionario.

Entre una crítica social pegada a la agenda progresista global y un relato redundante que poco hace por eludir los estereotipos, La infancia del mundo no deja espacio para una ficción científica que sorprenda y ofrezca, como los mejores exponentes del género, una nueva experiencia a la imaginación.

Publicada en La Nación el 15 de abril de 2023.


La infancia del mundo, de Michel Nieva

Anagrama, 2023



Peregrino transparente, de Juan Cárdenas

En Peregrino transparente, el misterioso pintor de iglesias José Rufino Pandiguando es perseguido a través de diversos territorios y poblados de Nueva Granada a mediados del siglo XIX. Primero, la pesquisa la lleva adelante Henry Price, un acuarelista inglés fascinado con el arte de Pandiguando y con la organización de artesanos a la que pertenece; la segunda persecución sucede luego del fracaso de la Revolución de 1854, cuando Pandiguando ya es un prófugo político y, su perseguidor, un joven bogotano que sueña con el ascenso social pero carece de mundo.

Fascinación en un caso, ambición personal en el otro; el relato adopta, en ambas secciones de la novela, una perspectiva extranjera a la geografía por el avanzan sus personajes, y construye mundo desde una visión exotista de América, cuyo marco histórico reconocible de a poco cede lugar a hechos y personajes no realistas como recurso para la resolución de la trama.

La novela de Cárdenas tiene todos los componentes para ser una buena novela: suspenso, persecuciones, escenas de sexo y violencia; descripción de paisajes exuberantes en los cuatro climas de Colombia; costumbrismo, humor, profundidad psicológica; reflexiones filosóficas, políticas y estéticas; una perspectiva histórica desde la cual analiza el presente; referencias historiográficas y de ficción (Peregrinación del Alpha, de Manuel Ancízar y Moby Dick de Herman Melville), así como epígrafes adecuados y heterogéneos (Heráclito, Marosa Di Giorgio y Guimarães Rosa); crítica al racionalismo, el capitalismo y el extractivismo; encomios a cosmovisiones precolombinas, y una prosa trabajada, correcta (con ciertos pasajes más ambiciosos), que sabe sostener el ritmo, jerarquizar elementos y conducir la acción.

Entonces, si reúne tantos elementos propicios a la confección de una novela buena, ¿por qué Peregrino transparente no llega a ser más que eso, una novela bien escrita? Quizás porque la facilidad con la que se puede descomponer en partes un relato es proporcional a la previsibilidad del artefacto. Quizás porque el libro de Cárdenas hace pensar en la literatura como una receta, lo cual no hace más que confirmar que el sabor del plato, aunque esté bien preparado, no depende exclusivamente de la nobleza de sus ingredientes.

¿Tiene sentido pedirle más a una novela que está bien hecha, entretiene y se lee gratamente hasta el final? Para el lector que quiera pasar un buen rato, es ideal. Quien tenga inclinaciones similares a los personajes de Peregrino transparente y suela pedirle a un texto literario que lleve hasta el final sus propias premisas, puede que termine un poco decepcionado.

Son dos los obstáculos fundamentales que ponen coto a la realización total de la propia propuesta Peregrino transparente: la novela es demasiado fiel a su opinión e interpretación sobre los hechos históricos que trata, lo cual la acerca a una novela histórica biempensante (los comentarios racistas que hacen los personajes no logran disfrazar una moral progresista anacrónica); en segundo lugar, y cuando una vez que toca el techo de su esquema revisionista, la novela de Cárdenas resigna su apuesta al realismo a cambio del realismo mágico, tendencia a la que poco tiene para agregar luego de las experiencias transitadas el siglo pasado.

Hay una vía, sin embargo, que se vislumbra como avanzada orgánica hacia nuevas posibilidades de la novela como género. La segunda parte, “El jardín de los presentes”, se juega a una prosa más arriesgada, a tal punto que depone mayúsculas y puntuación, o más bien transforman su estatus en virtud de un ritmo singular, y la apertura de imagen y sentido a partir de la interrupción de la sintaxis convencional. Esa vena, que intenta el contrabando, hacia la novela, de herramientas tradicionalmente atribuidas a la poesía, se cierra rápidamente (así como se cierra el horizonte de oportunidad para la patria de los artesanos socialistas con la que fantasea Price), a pesar de que fuera exactamente ahí donde la cosa se ponía interesante.


Publicado en Ñ el 12 de abril de 2023

 

Peregrino transparente, de Juan Cárdenas

Sigilo (2023)


Apuntes sobre TRINCHETA de Juan Rocchi

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